lunes, 17 de diciembre de 2012

CAPITULO III: Tribulaciones III.5

      Damian apagó la radio. Acto seguido se levantó impetuoso y empezó a registrar todos los rincones de la vieja casa. Todo en ella estaba como lo recordaba. Los muebles, en el mismo sitio de antaño, mantenían su pulso contra el tiempo, sin dar muestras de deterioro. Los vencidos por la carcoma, aún astillados, se mantenían todavía en pie resistiendo los asaltos enemigos con voluntad espartana. Los que no habían sido aún atacados por la carcoma, simplemente aguardaban. Impertérritos al acoso de su natural enemigo, ocupaban su espacio vital, quizás  haciendo de la esperanza muralla contra los gusanos que habían empezado a devorar muros y puertas. En algunas de las habitaciones de la planta superior el techo había cedido; el abandono, la furia de los elementos y la plaga que hemos mencionado habían vencido. Pero a pesar de todo, los daños en ellas, no habían hecho peligrar el resto de la estructura. - ¡Hay mucho trabajo por hacer!- Exclamó Damian, no muy animado.-Tendré que hacer una lista de materiales, quizás en el viejo despacho haya papel, no creo; pero nada pierdo si lo compruebo.- Después de decirse esto, nuestro amigo bajó las escaleras, cruzó el salón y salió por la puerta de entrada.

     Siempre se había extrañado de que su abuelo hubiera decidido construir el despacho lejos de la casa principal. Su abuelo no era un burócrata, era más un vaquero nómada. Al abuelo los espacios cerrados le aturdían, para sentirse vivo, debía estar en contacto con la naturaleza, sentir el viento en la cara y el sudor recorriéndole la espalda, de no haberse casado, quizás le hubiera bastado para refugiarse de la intemperie, una tienda de campaña. Pero se casó y como buen marido, le construyó a su mujer una buena casa. El negocio creció y el abuelo envejeció por eso construyó un despacho. Pero levantó aquel, lejos de la vivienda principal. El abuelo, con los años se burocratizó y teniendo como tenía en aquella oficina doméstica su nuevo lugar de trabajo, empezó a atender en él, todos los asuntos de trabajo. En él recibía a los proveedores y a los clientes, en él almacenaba los libros de cuentas y en él emborronaba los dichos libros. Damian, que ahora se dirigía al viejo despacho, recordó que un día le preguntó al viejo por qué había decidido construir tan lejos de la casa el despacho y el abuelo le respondió:

            "Mira, Damian, en este mundo hay que saber separar lo profesional, de lo doméstico. El individuo que no sabe acotar ambos ámbitos será o un mal cabeza de familia, o un mal profesional, o ambas cosas a la vez. ¿Qué quiero decir con esto? Pues lo que digo es que el que lleva trabajo a casa acaba descuidando a la familia. La mujer así se siente sola y los hijos desasistidos. La soledad acaba matando el amor, el amor perdido se busca en otra parte y la infidelidad acaba con el matrimonio.
En cuanto a los hijos, si estos no tienen la atención del padre o de la madre, se meten en líos, forma sutil de decir: "padre, madre, os necesito". Los líos pueden ser inocentes trastadas que con el tiempo se convierten en grandes fechorías, estas conducen al delito y este al castigo. Por eso aquel que por negocios descuida a su familia, acaba perdiendo su mayor capital. Si la domesticidad y la profesionalidad se mezclan, el profesional descuida el negocio, porque las obligaciones domésticas, lo entretienen, si la profesión se descuida, el dinero deja de entrar en casa y sin capital, también pierdes a la familia, pues con las manos vacías, ¿cómo vas a a alimentarla? Por eso decidí atender los asuntos de negocios lejos de la casa. Así cuando acabo la jornada entro en casa y me olvido del trabajo y  cuando salgo de casa me olvido de las obligaciones domésticas. De esta manera, ni tu abuela se aburre de verme, ni yo me canso de anhelarla".   

            Este discurso, como tantos otros de su abuelo, se había quedado plasmado en sus recuerdos infantiles. Las soflamas del viejo, las recordaba nuestro amigo, a veces, mohosas y raídas como viejas vestiduras rescatadas de un baúl, pero otras, como ahora, se presentaban como si fueran leyes que para conservarse hubieran sido esculpidas en piedra, y era entonces, cuando Damian reproducía el discurso en toda su integridad, sin mutilación alguna, con todos sus puntos, con todas sus comas. Esta capacidad memotécnica, a veces, irritaba a Damian. Pues muchas de esas máximas eran un compendio de la sabiduría del dichoso, del hombre recto, justo y honrado que había triunfado en la vida, haciendo de su humildad escudo contra el fracaso. Él, en su humildad había fracasado. Con discreta exactitud había plasmado sobre papel milimetrado, esbozos de felicidad. En cada línea de sus planos había trazos del alma que ama lo que crea, pero desdeña lo que le rodea. El amor al trabajo había convertido a Damian en un corazón de tinta que difícilmente podía amar otra cosa distinta al papel tridimensional. Más allá del plano, aquel corazón solitario, era una maquina disfuncional incapaz de latir al mismo ritmo que otro corazón humano. El amor romántico, era algo que asustaba a Damian, pues carecía de mesura y de lógica. Aunque había tenido varias relaciones nunca se atrevió a comprometerse. El compromiso, exige esfuerzo, compenetración, diálogo. Pero ese esfuerzo, muchas veces no compensa, es como intentar llenar de agua un pozo sin fondo, una labor ardua e inútil. Una pareja auna a dos individualidades condenadas a enfrentarse, si se comparten gustos el dos puede que sea varios años uno; pero más tarde o más temprano el vaso se colmara y el contenido abandonara al continente, para buscar su propio curso; es entonces cuando el diálogo, se convierte en monólogo para más tarde apagarse en el silencio.  Ese era su fracaso, ser incapaz de formar una familia, ser capaz de desafiar los valores tradicionales que le habían sido desde pequeño inculcados; no por rebeldía, sino por la imposibilidad de comprometerse con otra cosa distinta a su trabajo.

           De repente y casi sin darse cuenta, se dio de bruces con la puerta, por la cual, se accedía al despacho. 

lunes, 4 de junio de 2012

CAPITULO III.- Tribulaciones. III-4

         Ya estaba en el viejo rancho. Diez mil hectáreas de pradera, formaciones boscosas y montañas plagadas de cuevas. La vieja casa del abuelo, aún estaba en pie, pese a llevar varios años cerrada. Aquí y allá en las paredes y el porche se podían ver algunas maderas podridas o partidas, alrededor de la casa la hierba había crecido mucho. En los aleros que cubrían el porche, se habían instalado colonias de arañas. Al este de la casa principal, el tejado del viejo establo se había hundido, al sur de él los vallados, donde antaño se encerraba el ganado, solo conservaban algunos postes verticales. Los parterres, que rodeaban la casa, soportaban restos de antiguos arbustos florales. Damian se dirigió a la puerta de entrada de la casa, cuando puso el pie en uno de los escalones que subían hasta el porche, este crujió y tres o cuatro ratones de campo salieron corriendo del hueco de la escalera. Cuando nuestro amigo, estuvo frente a la puerta de entrada, saco de uno de sus bolsillos la vieja llave, la insertó en la cerradura y forcejeó varios minutos, por fin, ésta cedió y la puerta se abrió. Los goznes chirriaron y frente a Damian se mostró el viejo salón. Los sillones, donde los invitados se sentaban a hablar, fumar y beber, tenían la patas partidas. Las cortinas de rojo satén estaban rotas y descorridas, el viejo piano aún se mantenía en pie, aunque algunas teclas se habían desprendido del teclado. La vieja butaca del abuelo y la mesa  sobre la que se hallaba la vieja radio, eran los dos objetos del mobiliario que mejor parecían haber soportado el paso del tiempo y el abandono. Damian encendió la radio y a los pocos segundos empezó a oír su singular zumbido.- ¡Esto es increíble, aún funciona!.- Exclamó Damian sorprendido. Empezó a mover el dial para sintonizar algún canal. De repente, débil sonó la voz de un locutor:

              "Anoche se iniciaron los bombardeos sobre las principales ciudades  de la liga de países extremistas que financiaron, entrenaron y participaron en la planificación del atentado que destruyó la capital de nuestro país. Entre los objetivos de los bombardeos se encontraban aeropuertos, militares y civiles, fábricas, oleoductos y edificios gubernamentales y militares. Fuentes del Estado Mayor afirman que los bombardeos han sido un éxito y han alcanzado todos los objetivos seleccionados produciendo pocos daños colaterales. Dichas fuentes afirman que aún no se han hallado posibles silos que pudieran albergar misiles de largo alcance susceptibles de ser armados con cabezas nucleares. Sobre este particular los servicios de inteligencia trabajan día y noche a fin de hallar estos posibles silos. Desde la presidencia y el Estado Mayor se dan mensajes optimistas y tranquilizadores. En ellos se afirma que dichos países no tienen capacidad para lanzar un ataque masivo con misiles de largo alcance. Dicen que todos los satélites militares y radares de tierra y aire vigilan continuamente para evitar este supuesto ataque y en caso que se produjera las contramedidas necesarias, ya están tomadas.

                    En los últimos días se han detenido a varios simpatizantes de los países enemigos. Las embajadas de los países con los que estamos en guerra han sido cerradas y los trabajadores de las mismas han sido extraditados a sus países de origen. También se esta procediendo a la extradición de sujetos nacidos en estos países, se pretende con ello evitar que se cree una sexta columna dentro de nuestro país que sabotee nuestro esfuerzo bélico. Las manifestaciones en apoyo de los individuos extraditados se han sucedido en distintos puntos de nuestra patria. También ha habido varias manifestaciones en contra de la guerra y de la proliferación de armas de destrucción masiva. Algunos de nuestros aliados también han criticado la política de extradición y han aconsejado a nuestro presidente que cesen las hostilidades para llegar a acuerdos diplomáticos con los países en guerra. Nuestro presidente no da el brazo a torcer y amenaza con usar armas nucleares si se produce otro brutal atentado como el que sufrió la capital del estado.

                   Se cree que dentro de nuestro país puede haber células dormidas, bien adiestradas y financiadas que pueden perpetrar varios atentados. A este fin desde los servicios de seguridad se hace un llamamiento a la población civil para que denuncien cualquier comportamiento sospechoso, e invitan a extremar la precaución, pues en todo el país se suceden actos vandálicos. Han aumentado el número de robos a tiendas y particulares y radicales amparándose en manifestaciones pacíficas han producido altercados que han destruido mobiliario público. Por ello ayer se aprobó un Decreto Ley por el cual toda manifestación, aunque sea pacífica, se considerará ilegal y se autoriza el uso de la fuerza para disolverla. Esta ley aunque cuenta con muchos detractores, entre ellos asociaciones de defensa de los derechos civiles, entrara en vigor en breve". 

viernes, 1 de junio de 2012

CAPITULO III. Tribulaciones.III-3

       Aunque Damian hacía todo lo posible por calmarse: ejercicios de relajación, ejercicios respiratorios; nada daba resultados. Parecía ser víctima de una conspiración, era como si todo estuviera en su contra. En pocos días, la fortuna le había mostrado su peor cara, varias veces. La bomba, la detención y ahora el asesinato del agente que lo había apaleado. La suerte le había sonreído hasta entonces, ¿pero le seguiría sonriendo? Por lo que había leído, las pistas que la policía seguía, apuntaban a él, sabía que no había sido el autor del homicidio, pero un su certeza, la duda hacía mella. Quizás los últimos acontecimientos, le habían afectado de un modo extraño, su cordura podría haber sido afectada por algún tipo de locura. Se sentía perseguido y acorralado. Dudaba de todo y de todos. Su mundo infeliz y programado, había sucumbido a la presión de los hechos, para caer como un castillo de naipes. Ya no existía la certeza, ni la seguridad que esta da. Todo era confusión, inseguridad, incertidumbre, probabilidad, improvisación. El hecho de dudar, hacía que Damian sintiera miedo y este pánico se transformaba en locura. La cordura como interpretación ortodoxa de la realidad, hasta ahora, había sido para Damian un hábito formalizado por la rutina. Ahora que ese mundo expiraba, el futuro se presentaba como realidad heterodoxa, difícil de interpretar desde el punto de vista racional. El hábito determinado le había negado hasta entonces la libertad; en su caverna de cotidianeidad se había marchitado su individual modo de interpretar el mundo. Sus convicciones, hasta ahora, nunca habían sido suyas. Todo le había sido impuesto desde fuera, la presión social le había obligado a ello. Esto había fabricado la soga que ahora pretendía romper. Pero esa búsqueda del yo individual, esa persecución de su propia identidad, era lo que ahora podía ser usado por la policía para ahorcarlo. Sobre el viaje que Damian estaba realizando, planearía la sospecha de la huida. Partió antes de que aquel agente fuera asesinado. ¿Pero qué pasaría, si el agente que confirmaba haber reconocido al asesino, identificara a Damian?, ¿qué palabra pesaría más, la del agente o la del identificado? La respuesta a estas dos preguntas, es lo que hizo, que  Damian se lamentara ahora, por no haber presentado una denuncia contra el agente asesinado. ¿Por qué había hecho caso al abogado de su hermano? ¿Qué interés oculto se encontraba tras el demagógico discurso del abogado? ¿Acaso, el agente de la pipa conocía a Adam? ¿Tenían en común algún turbio negocio Adam y el ahora cadáver? ¿Fue Adam amenazado por el policía de la pipa? Todo era posible e imposible a la vez. ¿Pero por qué estaba inquieto?¿Por qué sabiéndose inocente se condenaba? Quería salir de aquella celda, quería huir de la ciudad, huir del asfixiante hedor humano. No hizo lo correcto, pero era libre ¿qué le importaba que sospecharan de él? La vida es una continua sospecha. Se sospecha de la amistad del amigo, de la lealtad de la esposa, de si es amor el del padre, la madre, el hermano. El mundo es una letrina que huele a falsedad interesada, a ambigua hipocresía, a moralidad aparente, a ética discutible. Todo en él está corrompido. Los valores son desechos evacuados por un organismo político-económico desahuciado por sus tumores. La estética, las costumbres, las ideologías, las creencias no son más que una manifestación de la prostitución del espíritu. Todo se compra y se vende, todo se mercantiliza, pesa y mide, todo es una falsa sobrevalorada por el mercado. El era Damian, el nuevo, el único, aquel que al ver las grandes llanuras del oeste, renunciaba a su vida urbanita. Era el niño de antaño que volvía a comulgar con la naturaleza. Era el rústico campesino que ajeno a todo progreso, estima más su mundo duro y salvaje que cualquier dádiva o lisonja de la civilización humana. Había roto con los privilegios que su acomodada posición le había dado. La luz del horizonte abierto, la indomable paleta de los campos de trigo y maíz, el inescrutable azul del cielo, el frenético aparecer y desaparecer de árboles y bestias al ritmo de la locomotora eran algunas de las cosas que Damian percibía a través de la ventana de su vagón. Esta percepción nueva y vieja a la vez, se filtraba en el alma de Damian al compás del ruido de las ruedas, del silbato de la locomotora, del traqueteo del vagón y a medida que el tren progresaba en su marcha, Damian se alejaba más y más del ayer más reciente. Así, desprovisto de pasado, su presente mutaba en futuro desarraigado de viejas formas, costumbres y creencias. Él era Damian, el nuevo Damian, el único Damian, el auténtico Damian, el buen salvaje que regresa a sus orígenes, hastiado del mundo civilizado que un día lo cegó con sus artificiales luces, aparatándole así de la luz del sol.  

      

           

lunes, 28 de mayo de 2012

CAPITULO III.Tribulaciones III-2

  "Agente de policía aparece asesinado de tres disparos a quemarropa. Los responsables de la investigación aún no tienen sospechosos, pero no se descarta que la causa del asesinato responda a un posible ajuste de cuentas o venganza, dado el historial de causas pendientes de juicio, que la víctima tenía por abuso de autoridad y corrupción". Leía Damian en la portada del periódico del día. La nota venía acompañada de una fotografía y ésta sí llamó la atención de Damian.- Lo conozco, es él, ¿pero?.-Damian buscó la página en la que venía el artículo completo:
    
         " Hoy, en el callejón fulano de tal, de la ciudad X, se ha hallado el cadáver del sargento J. S, agente de la comisaría metropolitana. El cadáver fue hallado por A. F,  esta mañana a las 6 horas.
A.F afirma que había sacado su perro a pasear y que el perro se puso a ladrar cuando pasaron por el hueco de una escalera. En él había un bulto cubierto por una gabardina, A.F pensó que se trataba de un mendigo que había pasado allí la noche, así que decidió continuar con su paseo matinal, pero el perro tiró de la gabardina y dejó a la vista del amo, el cadáver, parcialmente devorado por ratas, de un individuo de mediana edad, barba espesa y despeinada, que tenía aún, en su mano una pipa, en la cual, estaban grabadas las iniciales J.S.
          
            A.F. llamó, enseguida, a la policía. Poco después de la llamada, acudió una brigada de policía de la comisaría metropolitana. Los agentes identificaron inmediátamente al compañero abatido. Con la brigada de policía, se personaron en el lugar de los hechos, agentes de la policía científica, que tras un primer examen, determinaron que tres proyectiles de un revolver de pequeño calibre eran los causantes de la muerte del agente. Tras este primer examen el cadáver fue trasladado al depósito de la policía, donde se realizará la autopsia. Los vecinos interrogados por los agentes de la ley coinciden que a eso de las 0 horas, se oyeron tres detonaciones, la vigencia del toque de queda y el miedo causado por los disturbios de estos días, hicieron que nadie saliera a la calle a investigar. Algunos testigos, tras oír los disparos, se asomaron a las ventanas y vieron salir del callejón a un hombre alto, vestido de negro, cubierto por un pasamontañas. Algunos agentes que hacían la ronda nocturna, afirman haber visto al mismo individuo, huyendo de ellos cuando estos le dieron la orden de alto. El agente V.L. afirma que el individuo fue detenido por él y otro compañero, días antes, por violación del toque de queda. Afirman que el sospechoso, había recibido una paliza de J.S. la noche de su detención. V.L. y su compañero detuvieron a J.S. evitando así, que el presunto sospechoso muriera a manos del agente muerto. A V.L. le llamó poderosamente la atención saber que la víctima de este abuso de autoridad no denunciara el hecho. Esto y las iniciales de la gabardina (D. R.), son los únicos indicios que la policía, hasta ahora, investiga para desvelar la identidad del asesino.

          El agente muerto tenía un largo historial de causas pendientes de juicio por abuso de autoridad. Actualmente, asuntos internos lo estaba investigando por su supuesta colaboración en un turbio negocio de contrabando de armas en el que estarían implicados altos funcionarios del gobierno y familias mafiosas. El agente muerto deja viuda y dos huérfanos, el entierro se celebrará dentro de dos días. Fuentes de la policía afirman que J.S. será enterrado como corresponde a un agente de la ley con más de veinte años de servicio a sus espaldas. Defienden que aunque tiene un largo historial de denuncias, la culpabilidad del agente nunca ha sido demostrada ante ningún tribunal y por lo tanto tiene derecho a un funeral propio de cualquier policía que haya muerto con un historial impecable".
   
           ¿Las iniciales D.R., Damian Ryan? No era posible, solo tenía una gabardina con aquellas iniciales, pero no la había visto en mucho tiempo. ¿Dónde estaba, la había perdido, pero dónde?
 - Cálmate, son paranoias.- Dijo Damian para si mismo.

miércoles, 23 de mayo de 2012

CAPITULO III.Tribulaciones.III-1

    Cuando los dos hermanos entraron al restaurante, sonaba en un viejo tocadiscos con descarnada pasión el "ámame Alfredo" de la Traviata. En la margen izquierda del restaurante una gran barra era atendida por el regordete y afable dueño, éste hablaba atropelladamente en italiano con los pocos clientes de la barra. Había varias mesas en distintos reservados, donde gente con caros trajes de diseño italiano parloteaba acaloradamente en su lengua materna. En las paredes había colgados pósters de equipos de fútbol italianos y carteles de representaciones operísticas de obras de Verdi.

    Cuando Adam se acercó a la barra, el dueño le saludo amigablemente y hablando en un mal inglés  le dirigió a Adam estas palabras.- Hola señor Adam, es un honor tenerlo aquí, al señor Vito le agradará verlo.
- Sí, ¿dónde está? Me encantaría saludarlo.
- Está en la mesa del fondo, comiendo con algunos de sus hombres.- Cuando oyó esto Adam dejó a su hermano y se dirigió a la mesa que le había indicado el dueño del restaurante. Damian desde su posición en la barra vio como al llegar a dicha mesa su hermano tendía la mano a un hombre de estatura mediana, cuerpo atlético, pelo gris y mirada dura y penetrante. Poco después, Damian vio como su hermano desaparecía tras el biombo del reservado de don Vito.
- ¿Qué desea?-Le preguntó el hombre de la barra a Damian.
- Quiero una mesa.
- Estupendo, tenemos una libre, frente a esa ventana, ¿la quiere?
- Sí, no está mal.- Respondió Damian.
- El señor Adam, ¿comerá con usted?
-Sí.
- Pues siéntese y póngase cómodo, en seguida una de mis camareras le llevará la carta.
- Muy bien.- Dijo Damian, dirigiéndose a su mesa.

        Desde su asiento, Damian tenía una estupenda vista del exterior del restaurante, la indescifrable verborrea italiana y el aburrido aspecto del local hizo que nuestro protagonista centrara la vista en lo que en el exterior sucedía. En el fondo de la calle una tumultuosa y colorida manifestación portaba pancartas en las que se leían frases en contra de la guerra. Mientras, procedente del otro lado de la calle oyó el bullicio de lo que parecía ser otra manifestación, las palabras venganza y guerra eran las más coreadas por aquellos. Pronto, los manifestantes que defendían una y otra postura estuvieron enfrentados. Lo que en un primer momento solo era una competición por hacer prevalecer un mensaje sobre otro, se convirtió en una auténtica batalla campal. Los pacifistas, cargaron sobre los defensores de la guerra y estos respondieron usando como proyectiles adoquines sueltos, piedras, latas, contenedores encendidos. Aquí y allá luchas individuales se resolvían a puñetazos, dejando malparados a unos y otros. Muchos acabaron con la ropa desgarrada, otros sangraban. Algunos que habían sido derribados intentaban esquivar los pisotones, los puntapiés o los puñetazos. Los dientes saltaban de las bocas, brincando como ranas; la calle pronto empezó a teñirse de un rojo vinoso y pronto el lamento de los heridos sustituyó a las proclamas a favor de la guerra o la paz. Entonces una papelera impactó sobre los cristales del restaurante, cerca del lugar donde Damian estaba. Antes del impacto, Damian se había refugiado debajo de su mesa; después del impacto Damian vio dos zapatos negros que pasaban frente a él, luego oyó unos disparos; cuando Damian abandonó el improvisado refugio, en la calle solo quedaban los restos de la refriega, dentro del local, el dueño, pidiendo disculpas a nuestro amigo, barría los cristales rotos. - Lo siento señor, ¡esos malditos manifestantes!, ¿quiere otra mesa?, ¡que el demonio los confunda!, lo siento, le invito a comer, ¡hijos de madre desnaturalizada!.- Calma Pascuale - Decía Adam, que al oír el impacto, había abandonado la mesa de don Vito para unirse a su hermano.- Comeremos en la mesa de Don Vito.- ¡¿Calmarme?! ¡Esos....!- Prorrumpiendo insultos en italiano - Me han destrozado el local, me costará un montón de dinero arreglar ese cristal y mientras vienen a arreglarlo tendré que dormir aquí para que no me roben.           - Cálmate Pascuale, sabes que mientras don Vito sea tu socio no debes temer a los ladrones.               - Dijo Adam, intentando calmar al alterado dueño. - Sí tiene razón, ¿comerán con don Vito? Enseguida les mando a la mesa alguien con la carta.- Estupendo, en la mesa de don Vito te esperamos.- Dijo Adam.-Ven te presentaré a don Vito.- Continúo hablando Adam, pero dirigiéndose esta vez a su hermano.- Esta bien.- Le replicó Damian.- Espero no tener más sobresaltos.
- Descuida, Pascuale ya se ha encargado de hacer el trabajo de los antidisturbios.
-¿Ha sido él quien ha disparado?- Preguntó Damian, tartamudeando.
- Sí disparó al aire y eso bastó para que todos salieran corriendo.
- ¿Pero....?
- Pero nada, Damian te presento a don Vito.- Le interrumpió Adam; ya habían llegado al reservado del hombre de estatura mediana.- Don Vito, le presento a mi hermano Damian.-Es un placer.- Dijo, el hombre del cabello gris, estrechando fuertemente la mano de Damian. Al lado de don Vito, había tres gorilas, musculosos, de espaldas anchas. Pero a don Vito, que parecía un ser minúsculo e insignificante al lado de esos tres individuos, le bastó hacer un gesto con las manos, para que aquellos tres fortachones cedieran sus respectivos asientos a los dos hermanos. Poco después de sentarse a la mesa de don Vito, una atractiva mujer morena con atractivas y definidas curvas les traía la carta.
- ¿Qué van a tomar?- Preguntó, la camarera con sensual acento.
- Yo quiero de entremés un carpaccio, de primero unos espagetis a la parmesana, de segundo una capesante alla veneziana y de postre un amaretti.- Pidió Damian en mal italiano.
Io voglio d´antipasto, frutti di mare. De primo, tortellini alla zucca. De secondo, orata al forno. De dolce, pastiera.- Pidió Adam en un mal dominado, italiano. La mujer cuando tomó nota se alejó de la mesa con un sensual movimiento de cadera.
- ¿A qué se dedica, Damian?- Preguntó don Vito, rompiendo el hielo.
- Soy arquitecto.- Respondió Damian balbuceante, que no había podido sobreponerse todavía, al susto que le había provocado el impacto de la papelera, sobre los cristales.
- No seas tan modesto, eres un gran arquitecto.- Dijo, Adam, interviniendo en la conversación.
- ¿Es usted tímido o acaso me teme?-Preguntó don Vito que había reparado en el balbuceo de Damian.
- No señor,- respondió Damian, intentando calmarse.- El hecho de que balbucee se debe a que por solo unos segundos he conseguido esquivar una papelera y unos cristales rotos.
- ¿Estaba cerca de la zona de impacto?- Preguntó don Vito, sin interés.
- Sí señor.
- ¡Va, una papelera, unos cristales rotos! No es nada que cause pavor.- Replicó don Vito, restándole importancia.
- No, tiene razón, pero tampoco es motivo para disparar.- Dijo Damian un tanto indignado.
- ¡Ah, Pascuale! Siempre fue de gatillo fácil, pero acabó con el alboroto ¿no? Pocos policías pueden decir lo mismo en estos casos.
- Sí fue efectivo, pero un tanto impulsivo, ¿no?
- ¿Impulsivo? No, no lo creo. Defendía el pan de su familia. Cosa que no pueden decir los que provocaron los altercados.- Replicó don Vito, apático.
- Los que protagonizaron los altercados, estaban ejerciendo un derecho constitucional.
- Sí, un derecho constitucional, alterar el orden público, montar una pelea callejera, si un derecho constitucional.- Dijo don Vito, sin alzar el tono de la voz.
- Muchas veces, las cosas se salen de madre.
- Sí, se salen de madre.- Dijo don Vito, sin mostrar ningún tipo de emoción.- ¿Dígame esta usted a favor de la guerra o en contra?
- La verdad es que estoy en contra de cualquier guerra, pero fui testigo del atentado y creo que está justificada, aunque no estoy de acuerdo con los que la defienden.
- Es usted bastante tibio.- Le espetó Don Vito.- La tibieza hace que el buen  juicio no prevalezca. Muchas veces se precisa mano dura, para que tus ordenes se cumplan. La gente que no defiende sus convicciones, es débil, no tiene capacidad de liderazgo, solo sirve para ser gobernada y manipulada.
- Supongo que usted es un tipo duro.- Dijo Damian, sarcástico.
- ¡Que bien, ya esta aquí la comida!.- Exclamó Adam que percibió, cierta tirantez, entre ambos contertulios.
- ¿Dígame, Damian le gusta la comida italiana?.- Preguntó don Vito.
- Sí, pero no es mi preferida.
- ¿Qué comida prefiere, la mexicana, la china u otro tipo de comida?
- Prefiero la que cocino yo.
- Interesante, un amo de casa.-Replicó don Vito.
- Mi hermano solo vive para el trabajo y en el trabajo, no tiene tiempo para visitar restaurantes.- Dijo Adam, metiéndose en la conversación.
- Un hombre que solo vive para trabajar, no disfruta de los placeres de la vida. Cuando envejezca y le cueste trabajar, descubrirá que ha malgastado su vida. Es un hombre gris, sin emociones, sin pasiones,  una pieza indispensable, pero rota. Algo poco efectivo, pero útil al fin y al cabo. De nada sirve trabajar, si cuando terminas la jornada, no hay nadie esperándote en casa.
- ¿Usted tiene familia?-Le preguntó Damian exasperado por la soflama que acababa de oír.
- Sí, una gran familia.- Respondió don Vito que ya empezaba a perder la calma.
- ¿Todos le esperan con los brazos abiertos cuando vuelve a casa?
- No, solo los más allegados.
- Entonces, ¿de que sirve una gran familia?
- Sirve para hacer buenos negocios, sin que esto suponga, un trabajo agotador que reste tiempo de ocio.
- Interesante, punto de vista, lo tendré en cuenta en el futuro.- Dijo Damian, zanjando la conversación.-¡Camarera, la cuenta, por favor! - No te preocupes yo pagaré la cuenta.- Dijo Adam a Damian.
- Lo ve, don Vito, es bueno tener familia.- Sentenció Damian, que levantándose se puso en dos zancadas en la puerta del local.
- Su hermano no ha sido muy respetuoso.- Dijo don Vito a Adam, cuando Damian hubo abandonado el local.
- Lo siento, padrino, siempre fue impetuoso.
- Pues en lo sucesivo, refrena su ímpetu, o de lo contrario, adiós negocio, adiós hermano y adiós vida. ¿Capisci?

  

viernes, 18 de mayo de 2012

CAPITULO III.- Tribulaciones.III-0

        El hombre de la pipa, pronto dio la espalda a Damian y a sus acompañantes.
- Y bien Damian, ¿te apetece almorzar?- Preguntó Adam.
- Sí.- Respondió Damian, dejando de mirar al hombre de la pipa.
- ¡Estupendo!- Exclamó Adam.- ¿Tendrá la bondad de acompañarnos, señor abogado?- Preguntó Adam al hombre del traje beis.
- Sería un placer acompañaros, pero aún tengo muchas cosas que hacer.- Respondió el abogado.- Adiós Damian.- Dijo el hombre de beis.- Ha sido un placer prestarle mis servicios.- Añadió, estrechando la mano de Damian.- Adiós, señor Adam. Cuando quiera estoy a su disposición.- Agregó, estrechando la mano de Adam.
- Hasta la vista.- Dijeron los dos hermanos al unísono, despidiéndose del abogado.
- Ven, acompáñame Damian. Cerca de aquí hay un restaurante italiano, donde hacen una pasta excelente.- Dijo Adam dirigiéndose a su hermano.
- Será un placer.
- ¿Qué piensas hacer, hermano?
- Pienso comerme unos buenos espagetis a la parmesana.
- No, me refiero a trabajar conmigo en el proyecto del gobierno.- Dijo Adam.
- ¿Ah, eso? No lo se, la última conversación que mantuvimos al respecto, me dejó un tanto traspuesto.
- ¿Y...?
- Nada, aún no he decidido nada, al respecto.- Dijo Damian.
- ¿Por qué? Es un gran negocio.
- Sí, es un gran negocio, pero están esos hombres del servicio secreto.
- ¿Qué hombres, qué servicio secreto?- Preguntó Adam sorprendido.
- Resulta, que cuando salí de tu despacho y tu me despediste con aquella amenaza, el pánico se apoderó de mí. Corrí hasta llegar a las puertas del edificio donde vivo, en la puerta había apostados dos hombres vestidos de negro, que parecían vigilar o esperar a alguien. Fue entonces cuando recordé tus palabras y pensé que tenía razones para preocuparme por mi vida.
- No sigas.- Interrumpió Adam- Entonces huiste y acabaste en una celda.
- Sí, así fue.
Adam esbozó una sonrisa.- Lo siento, Damian, la culpa es mía. Cuando te dije que había gente a la que no le gustaría que el proyecto se hiciera público, lo que intentaba era asustarte, para así intentar convencerte de que trabajaras en él conmigo. Lo siento, no sabía que fueras a tomarte aquella inocente advertencia tan en serio.
- ¿Entonces los hombres de negro?
- No sé quienes eran. Lo único que se es que aunque te niegues a participar en el proyecto no te pasará nada, olvídate de todo eso. Contra ti o tu persona no hay ninguna conspiración gubernamental.
- Es un alivio.- Dijo Damian suspirando.- Pero creo que voy a retirarme al campo, es lo que ahora necesito. Sabes, creo que no he superado el shok del atentado y pienso que una temporada en el rancho del abuelo, me vendrá bien.
- La decisión es tuya, si es lo que quieres, hazlo.- Dijo Adam.- Pero si una vez que estés allí, quieres volver, tu puesto en el gabinete te estará esperando.
- Gracias Adam.
      
       Cuando Damian estaba terminando de decir aquellas palabras, los dos hermanos estaban a las puertas de un local de unos cien metros cuadrados. Se encontraba ubicado en la esquina de dos calles. Grandes ventanales definían las caras sur y este del local. A través de los cristales se podía ver un gran surtido de dulces y postres italianos en sus respectivas vitrinas. Cortinas estampadas con cuadros rojos y blancos se arqueaban en el interior del local, sombreando las vitrinas. En un luminoso cartel encima de la puerta de acceso, el neón se encendía y apagaba a intervalos regulares, resaltando así el emblema y el nombre del local. Los dos hermanos entraron.   

martes, 15 de mayo de 2012

CAPITULO II.Estamos en guerra 10-II

      Damian, confundido aún, examinó el entorno con detenimiento. A medida que se familiarizaba con él, acudían, como destellos, recuerdos de lo acontecido la noche anterior. Mecánicamente examinó las heridas causadas por las mordeduras de los perros. Habían sido curadas y cosidas, luego observó a su compañero de celda. Pero aquel estaba absorto en el ceremonial del rezo. Con la mirada al este y los brazos alzados, pronunciaba oraciones al compás de sus genuflexiones. 
     
       Damian se acercó a los barrotes de la celda, en la recepción, un individuo embutido en un traje beis, hablaba acaloradamente por teléfono. Frente a él, alguien alto y robusto, parecía aguardar que aquel terminara la conversación. El hombre alto tenía el cuerpo reclinado sobre la mesa de la recepción, dándole la espaldas a las celdas.
- ¡Un teléfono, quiero hacer una llamada!.- Exclamó Damian, intentando llamar la atención.
Solo el hombre alto y robusto se volvió y Damian suspiró aliviado, al comprobar que aquel varón era su hermano. Su hermano se acercó a él y con afabilidad dijo.- Vaya, por fin has recuperado el conocimiento.
- Si, no se, lo siento, ya recuerdo, solo quería hacer una llamada y el hombre de la pipa empezó a golpearme.
- Sí, así fue, ahora ese policía está detenido en la última celda. Sabes, tuviste mucha suerte, se puede decir que la detención del hombre que ahora comparte celda contigo, te salvó la vida.- Dijo Adam.
- ¿Pero como?- Preguntó Damian.
- Pues parece ser que los que lo traían detenido, sorprendieron a su compañero golpeándote y lo redujeron. Lo apresaron y llamaron a un médico, éste me llamó a mí y desde hace unos minutos estoy aquí esperando a que te recuperes.
- Pues ya me he recuperado. ¿Cuando podré salir de aquí?- Preguntó Damian.
- He pagado la multa, derivada del hecho de haber violado el toque de queda. Solo queda resolver u pequeño asunto. Saliste huyendo, dificultando así, la detención. Te pueden acusar de resistencia a la autoridad.
- ¿Resistencia? Salí huyendo, sí, pero los que me dieron la orden de alto, lanzaron contra mí sus perros, lo que me ocasionó lesiones graves. Además el hombre de la pipa, primero se negó a dejarme hacer una llamada, luego se negó a prestarme asistencia médica y después me golpeó. Creo que la policía ha cometido más delitos que yo.-Dijo Damian indignado.
- Quizás tengas razón, pero.... . Adam fue interrumpido por el hombre del traje beis.- Damian, creo que he llegado un acuerdo con el comisario, podrás salir de aquí, si no denuncias al hombre que te agredió, de no ser así, te podrían acusar de cualquier cosa aunque no tengan pruebas suficientes para condenarte.
- Pero eso es extorsión,- replicó Damian.
- No, es política.- interrumpió el abogado.- Desde anoche estamos en guerra contra una liga de países extremistas que aunque no han admitido haber participado en el atentado terrorista de hace dos días, parecen estar involucrados. Por lo menos eso es lo que se deduce de las pruebas aportadas por el servicio de inteligencia. Parece que a causa de esta declaración formal de guerra, se preveen muchas manifestaciones y la acción de los servicios de seguridad va a tener que ser bastante punitiva. El atentado dañó la imagen publica de los servicios de seguridad y cualquier escándalo que los afecte,  les puede hacer perder el respeto de la sociedad, llevar el país a la desobediencia civil y sumirlo así en la anarquía. Podríamos ganar, pero sería un juicio costoso, que probablemente se dilataría en el tiempo. Además, creo que a medida que la guerra progrese se tenderá más a reprimir los derechos civiles y los abusos de autoridad serán tan comunes, que acabaran por no enjuiciarse. Si esto sucede, habrás perdido tu dinero y tu tiempo y el acusado no podrá ser juzgado, pues el delito habrá prescrito o porque simplemente la seguridad del país será más importante, que la defensa de los derechos que se nos reconocen.
- Esta bien, no habrá denuncia, pero quiero salir inmediatamente de aquí.- Dijo Damian.
- Eso está hecho.- Dijo el abogado, que después de oír estas palabras se dirigió al lugar donde se apiñaban las mesas de despacho. Minutos después el abogado regresó con el jefe de policía y dos de sus hombres. Mientras uno intentaba buscar entre un manojo de llaves, aquella que abría la puerta de la celda. El otro se dirigió a la recepción para buscar los efectos personales de Damian. Pocos minutos después, Damian escoltado por su hermano y su abogado salía de la comisaría. Cuando Damian salió de la comisaría, en la puerta, su mirada se cruzó con la mirada del hombre de la pipa. Éste apoyaba su espalda en la pared, mientras fumaba tranquilamente. Las miradas enfrentadas batallaron en un duelo colérico y mudo durante unos segundos. Lo suficiente, para dejar heridas abiertas que jamás cerrarían. 

viernes, 11 de mayo de 2012

CAPITULO II.- Estamos en guerra 9-II

     Cuando la pérdida de sentido sumió a Damian en un profundo sueño, éste se vio columpiado a un onírico mundo; en él la realidad adquiría otra identidad. Lo macroscópico se fundía en lo microscópico y en esta fusión, cualquier improbable suceso, sucedía. Un cuerpo podía estar en dos lugares a la vez, la luz no limitaba la velocidad del movimiento y todo podía ser transportado a los límites del universo, sin que esto variara la forma o la composición del todo. El absurdo se daba allí como conclusión plausible, imposible de refutar y lo que podría ser un mundo al revés adquiría una absoluta e incuestionable normalidad. Aquel mundo no era muy distinto al mundo que observamos, había árboles, tierra, agua; pero nada estaba en su lugar. Damian volaba sobre tierra, navegaba sobre el cielo y andaba sobre el mar. Unas veces andaba cabeza abajo, con los pies sobre tierra y otras veces andaba normalmente, pero con los pies en el cielo. Unas veces parecía un gigante, otras era como un garbanzo. Se podía ver convertido en un enorme globo o en un fino palillo. Unas veces era un modelo cubista, otras una simple y mal trazada mancha de pintura, pero siempre era un desorden ambulante. Su nariz, en la oreja, ésta en la boca y esta última en el pie. Tenía todos los rasgos de un ser humano, pero éstos, como si se trataran de piezas de un mecano, se acoplaban a él con la misma facilidad con la que se desacoplaban. En este mundo desestructurado, una luz blanca y resplandeciente intentaba ordenar el caos, aunque el orden resultante siempre solía ser caótico. Entonces Damian oyó algo similar a un coro de niños. Las voces blancas, resonaban en aquel mundo imposible como un único instrumento, bien afinado. Aquella armonía fascinadora embelesaba a Damian que hecho alma pura o pura esencia, ascendía con la facilidad de una pluma, flotando como ave sin cuerpo o huesos. Cuando más se elevaba, más se acercaba a la luz blanca, al contacto con ella su forma esencial se iba convirtiendo poco a poco, también en luz y cuando más luz era, más en paz se sentía consigo mismo y con lo que a su alrededor estaba. Pronto Damian se vio arrastrado al centro de gravedad de aquel vórtice lumínico y todo desapareció. Nuestro amigo pronto se vio suspendido en un cielo negro y oscuro. Bajo él, el planeta azul se mostraba desolado, semejante a un erial, sin vida. Sobre las aguas, cadáveres de peces flotaban, boca arriba. Las ciudades devastadas, eran esqueletos desnudos de vida. Los pocos árboles que no se habían visto reducidos a cenizas, eran teas encendidas que iluminaban la oscuridad reinante. Los ríos se habían evaporado y sobre sus lechos, convertidos ahora en ciénagas, se recostaban kilos y kilos de ceniza amontonada. Los cielos lloraban fuego humeante que perforaba nacarados cráneos. Restos de aves y mamíferos no consumidos aún por el fuego, se pudrían en las tinieblas y el hedor llegaba a las capas más altas de la atmósfera. En otros lugares el cielo no lloraba, vomitaba y era aquel vómito como negra hiel, que horadaba la tierra, creando así pútridos meandros, que morían en lagos viscosos, que regurjitaban burbujas grandes y transparentes, que se elevaban unos centímetros para luego, volver a estrellarse en el fluido que las había creado. No lejos, en el próximo oriente un humo negro en el que se disolvían los átomos de luz, era emitido por fogatas, eternamente alimentadas por combustibles fósiles. El humo ascendía hasta nubes negras que carecían de matices, de blandura, de agua. Eran nubes de polvo oscuro suspendido, que incapaz de precipitarse, flotaba hasta mezclarse con otras nubes de polvo, para luego convertirse en un gran cumulo nimbo, que cubría todo el ecuador del planeta.

     De repente, Damian sintió que su cuerpo dejaba de ser una ligera forma luminiscente y vaporosa, sus miembros empezaron a pesarle y su cuerpo de hombre vino a estrellarse sobre un lecho de ceniza. El impacto paralizó a Damian. Él sentía sus piernas, sus brazos, pero no podía moverlas o moverlos. Algo lo arrastraba hacía abajo, algo le arrojaba tierra y ceniza desde arriba. Damian estaba siendo enterrado, pero aún vivía. Intentaba gritar, pero no podía hacer que sus gritos se oyeran. Cuando abría la boca una mezcla de tierra y ceniza se colaba en ella, Damian intentaba escupir aquella mezcla, pero cuando más lo intentaba, más tierra tragaba. Se estaba ahogando y no podía mover la cabeza, sus ojos, puestos en el cielo veían como la tierra caía desde arriba, su cuerpo sentía la presión de la tierra mientras ésta, poco a poco cubría las piernas, el tronco, la cabeza. La ansiedad le impulsaba a cavar, a abrirse paso a través de la arena, a través de la ceniza, a través de los dos metros de mezcla que ahora lo enterraban. No podía y en su desconsuelo todo sabía a muerte, a arenisca, a arcilla, a sílice y su consuelo era amargo y ácido. No había luz, solo había soledad y oscuridad pesada e insondable. Solo un túnel cavado por manos muertas. Un túnel a cuya entrada llegaba lacerada y vacilante la luz de un millón de estrella muertas hace años, cuando el hombre no  era más que un rumor difundido por el tiempo. Después del túnel solo había una losa y sobre ella estaba esculpido este epitafio:
                           
                              " Aquí yacen los restos de la especie humana.
                                 Especie que por buscar la inmortalidad,
                                 solo vivió un segundo en la Tierra".

     Entonces Damian volvió a ver la luz, ya no había tierra, ceniza, oscuridad. Ya no había muerte, frío, soledad y todo empezó a tener forma, volumen, superficie, color. Y todo tenía millones de colores, olores, formas y el todo era la celda en la que había sido encerrado, el ventanuco por donde se filtraba la luz del día, su compañero de celda y la comisaria donde multitud de agentes trabajaban, hablaban y reían. Entonces Damian descubrió que todo había sido un sueño, culminado en pesadilla.
                                  
                   

martes, 8 de mayo de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra 8-II

     Damian inició el regreso a casa. Las calles, solitarias y oscuras, se perdían unas en otras conformando así, un intrincado laberinto. Un vaho luminiscente ascendía desde el empedrado hasta el crespón de la noche, para allí tejer una urdimbre vaporosa, creada por hilos de plata y oro. Aquella gaseosa tela cubría a la ciudad desnuda, con un insonoro manto, que ahogaba el ruido y amplificaba el eco de las pisadas de Damian. Con precipitada cadencia sonaba la marcha de Damian, mientras que la ciudad, convertida en silencioso espectador, contemplaba, entre bostezos de luz, la virtuosa ejecución de aquella. Damian actuaba ante aquel espectador, marcando el compás con movimientos de cabeza, parando, si oía algún sonido sospechoso e incrementando el ritmo de la marcha, si el silencio volvía a reinar. 

       No había llegado aún a las puertas de su apartamento, cuando su solo fue interrumpido por voces de hombres, acompañadas de ladridos de perros. "Deténgase". Ordenaban las voces. "O le matamos". Parecían ladrar los perros. Damian, al ver su marcha interrumpida por la autoridad de aquel coro, optó por interpretar una fuga que lo acabó convirtiendo en una pieza de caza. Tras él, dos galgos con voces de tenor, pronto corrieron a su mismo ritmo y cuando estuvieron a una semifusa de él, saltaron sobre Damian y al derribarlo, pusieron fin a su fuga. Nuestro amigo, incapaz de quitarse de encima a los perros, optó por pedir ayuda emitiendo gritos de castrati. En su auxilio, pronto acudieron los dos policías que le habían ordenado detenerse. Éstos, tras conseguir retirar a los dos perros de su presa, esposaron a Damian, el cual lo celebró, pues por fin se veía libre de aquellas bestias que segundos antes, habían pretendido convertirlo en soprano.

      Esposado, cabizbajo y sangrante acompañó a sus captores a una comisaría cercana. Cuando entraron, les recibió en la recepción, un hombre robusto, con barba descuidada y que daba compulsivos mordiscos al tubo de una pipa. -¿Qué tenemos aquí? - Preguntó el hombre de la pipa a uno de los policías que acompañaban a Damian. - Traemos a alguien que no sabe que hay toque de queda. - Respondió uno de los interpelados. - Registrádlo y poned todo lo que lleve en los bolsillos en este mostrador.- Ordenó el hombre de la pipa, mientras extraía de unos de los cajones de la mesa de despacho un formulario y un sobre. -¿ Esto es todo? - Preguntó el hombre de la barba cuando vio todo lo que uno de sus captores había extraído de los bolsillos de Damian.- Sí, parece que es todo.- Respondió el policía que había procedido al registro y la extracción de los objetos.- Entonces el fumador procedió a rellenar el formulario con los datos que le facilitaba Damian. -¿Puedo llamar por teléfono? - Preguntó Damian en plena entrevista. -¿Teléfono? Sí, ¿por qué no? Pero solo tenemos un teléfono y está estropeado, si espera un par de días.- Le respondió el hombre de la barba.- ¡¿Dos días?! ¡No pueden retenerme aquí tanto tiempo!¡Quiero ver a mi abogado!.- Replicó Damian indignado.-¡Sí puedo y lo haré!¿No oye la radio, no ve la televisión? Se ha establecido el estado de sitio, podemos retenerlo aquí tres días, si nos place. Podemos hacer que en ese tiempo no vea a su abogado. ¡Usted a violado el toque de queda! Así que esta detenido. ¡Llevenlo a prisión! Luego veremos que hacemos con él.- Tras decir esto los agentes empujaron a Damian hasta una celda que había al fondo; cuando llegaron a la puerta de la misma, mientras uno la abría, el otro le quitaba las esposas a Damian para después arrojarlo a la celda que se cerró, cuando nuestro protagonista estuvo dentro.

         Desde la celda, Damian veía una sola planta donde paralelas a la recepción había una batería de mesas de despacho vacías. Las celdas, tres en total, estaban una a continuación de otra ocupando todo el fondo de la estancia. En la celda, un banco de una sola pieza limitaba los bajos de las tres paredes, que bordeaban los barrotes, que cerraban el cuadrado de la celda. La celda de Damian de unos diez metros cuadrados, se alzaba unos tres metros. A través de un ventanuco la luz del exterior se filtraba iluminando la sangre que aún brotaba de las heridas provocadas por los mordiscos. Damian conmocionado aún por todo lo que le había sucedido, apenas había prestado atención al dolor o a la sangre. Solo cuando vio los barrotes teñidos de un grumo pastoso y rojizo, intentó llamar la atención del hombre de la pipa. -¡Necesito un médico! ¡Por favor un médico!. Al oír esto, el hombre de la barba abandonó su asiento en la recepción y se acercó a Damian refunfuñando.-¿Un médico? ¿Para qué quiere un médico? -Estoy sangrando, ¿no lo ve?- Respondió Damian.-¿Sangre, sangrando, que dice dónde?- Preguntó el hombre de la pipa.- En los barrotes, en mi ropa, sangre.- Repuso Damian.- Sí ya veo, pero no es nada, cálmese, espere a mañana.- Dijo el hombre de la barba.-¿Mañana? Sus perros me han provocado estas heridas ¿ y si tienen alguna enfermedad? Les denunciaré, haré que cierren esta comisaría, se lo juro.- Esta bien, llamaré al médico.- Dijo el hombre de la pipa de mala gana. Acto seguido, se dirigió a la recepción y cogiendo un teléfono hizo una llamada. Damian que vio esto, indignado se puso a vociferar como un energumeno, entonces el hombre de la pipa, fuera de si, cogió una porra de goma y tras abrir la puerta de la celda, empezó a golpear con ella  a nuestro protagonista hasta que éste perdió el conocimiento. 

          

viernes, 4 de mayo de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra. 7-II

        Damian corrió, como nunca antes lo había hecho y en su carrera se convirtió en un nuevo Atila, azote de viandantes, los cuales, si tenían la mala suerte de cruzarse en su camino, acababan tumbados en el suelo, con las plantas de los pies echando raíces en el aire. En su loca y desbocada carrera Damian, como un nuevo Jano al que hubieran arrancado tres de sus caras, solo prestaba atención a aquello que tenía en frente e ignoraba lo que se hallaba atrás y a los lados. Aquellos que contemplaban el curioso espectáculo, quedaban estupefactos. Los había que echaban sus manos a la cabeza, asombrados. Uno que fue superado por aquel particular atleta, empezó a atornillarse la sien derecha con el dedo índice de la mano homónima. Otro en una esquina se persignaba, creyendo ver al mismo demonio en Damian y  el resto sin saber muy bien que hacer, se dedicaba a escrutar todo lo que le rodeaba, intentando hallar posibles cámaras. Damian, en su loca estampida, no seguía una dirección predeterminada, ni tampoco sabía a dónde quería ir; era como un topo ciego recorriendo galerías que no estaban bajo tierra. Las calles, distintas e iguales, eran para nuestro protagonista recovecos de una madriguera desconocida, estos daban vueltas y revueltas en ella y aquel que intentaba salir de la misma, siempre acababa en el mismo lugar. Cuando exhausto, nuestro protagonista puso fin a su carrera, descubrió que se hallaba a varias manzanas de su casa. A su alrededor se extendía pardusco, un parque sobre el que bostezaban los últimos rayos del sol, anunciando el fin del día.

        Segundos después de refrenar su ímpetu maratoniano, Damian empezó a mover inquietamente su cabeza, buscaba a aquellos hombres de negro que había visto a las puertas de su edificio. No había nadie; aquel parque parecía un desierto donde la trémula luz de las farolas, empezaba a robar a la oscuridad reinante, franjas de influencia. Una risa nerviosa se adueño de Damian que ya empezaba a sentir punzadas en el estómago. Lentamente, nuestro amigo se dirigió a un banco cercano. Cuando llegó a la altura de éste, se sentó en él y resoplando como una vieja yegua prosiguió con su examen del lugar.  Todo aquel parque parecía un oscuro agujero, donde apenas se distinguían las formas y los colores. Una ligera brisa mecía las hojas de los viejos árboles. Las ramas de éstos crepitaban con las suaves embestidas del viento. En este silencio quebrado por el crujir de ramas y el susurro de las hojas, Damian empezó a sentir un frío sobrecogimiento. El efecto del sudor helado, era potenciado por el gélido abrazo de la brisa y ambos al unísono causaban escalofríos en Damian. La noche y el silencio también contribuían a ello. Nuestro amigo estaba solo, entre sombras, dudas y miedos, todo a su alrededor estaba muerto o muy lejos. Él, como un sombrío anacoreta existía en un todo vacío y mudo. El único recuerdo del hombre eran aquellas farolas y su pobre luz. Damian estaba solo, pero esa soledad, no se parecía a la soledad que siempre le había acompañado. La soledad que le embargaba en aquel parque, parecía tener forma, volumen, era como un espeso cuerpo que poco a poco lo cubriera y lo abrazara, presionando costillas y huesos. Aquella presión aplastaba a Damian y a cada segundo, aquel abrazo invisible y tangible a la vez, era más opresivo, más violento. Damian intentaba zafarse de aquellos brazos que lo asían a una nada, vacía de todo calor humano; una nada preñada de colores sin vida, de formas sin movimientos, de volúmenes sin cuerpo. Diáfanas, las irisadas sombras de la noche penetraban en el alma de Damian, convirtiéndola en una sombría mezcla donde la nada y el todo jugaban a ser duda y certeza, miedo y valor, eternidad y caducidad. Y como tesis de tanta antítesis, surgían aquellos hombres de negro y la disimulada amenaza de Adam. Luego, la tierra se abría convulsa y vomitando fuego y azufre consumía a aquellos hombres, a Adam y todo se convertía en un parque sombrío, desde donde Damian contemplaba como las heridas de la tierra se cerraban, tras supurar una oscura soledad.

      ¿Pero qué hacía él allí, verdaderamente se había convertido en un enemigo público? ¿Acaso las ultimas experiencias lo habían convertido en un paranoico obsesivo? ¿El mundo que percibía, el aire que respiraba, el flato del que ahora se quejaba existían en el sueño de un loco o en la fantasía de un cuerdo? Damian parecía haber perdido el contacto con la realidad, parecía flotar en la tempestad de la pesadilla, parecía ser un ente irreal en un mundo imaginario. ¿Quiénes eran los hombres de negro, lo estaban buscando, corría algún peligro? Son solo imaginaciones mías, nadie me quiere muerto, debo volver a casa, tengo que saber que esos hombres no están allí esperándome, volveré, no tengo nada que temer.     

martes, 1 de mayo de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra 6 - II

        Damian abandonó preocupado, el edificio de despachos. Las últimas palabras de su hermano eran inquietantes. En ellas subyacía una amenaza que desubicaba a Damian. El hecho de que el gobierno quisiera construir búnqueres no era nada nuevo. El hecho de que los quisiera construir con el dinero de los contribuyentes, tampoco era nada nuevo, lo llevaba haciendo años. Lo único que había cambiado es que nunca antes la amenaza nuclear se había materializado y ahora sí. ¿Acaso el gobierno se enfrentaba ahora a un nuevo tipo de conflicto en el que un enemigo desconocido se ampara en el anonimato para poder golpear así, donde en otras circunstancias sería imposible? Es más,  ¿estaba preparado el gobierno para hacer frente a los retos que esta nueva estrategia planteaba? Quizás era esto último, lo que obligaba al ejecutivo a llevar el proyecto en secreto. No querrían mostrar una imagen de debilidad en tiempos difíciles. Posiblemente informar a los ciudadanos de este proyecto habría despertado suspicacias y habría ocasionado revueltas que podrían haber roto la cohesión interna del país y habrían hecho peligrar la seguridad del Estado. ¿Pero saber que alguien está construyendo un búnker para los senadores y sus familiares es motivo suficiente para ser eliminado? Damian no creía eso. Pero la amenaza estaba ahí. Su hermano era codicioso y ambicioso y esto le hacía ser un embustero convincente, pero siempre había sido sincero con él. Tal vez, Damian había actuado mal al rechazar el proyecto. Tal vez, había exagerado sus motivos para no construir aquel refugio. ¿Qué posibilidades había de que se produjera una guerra nuclear? Si el artefacto que había explotado en la capital lo habían puesto unos terroristas, ¿qué posibilidades tenían estos de escapar? ¿Tenían capacidad y recursos para tener a su disposición todo un arsenal nuclear? Damian lo dudaba, ¿pero quién les había aportado el material y los había entrenado para fabricar esa bomba? ¿Cómo habían introducido en el país el material radiactivo? No poder responder a estas preguntas, sí podía ser preocupante. Pero si el país o la persona que había financiado toda la operación no tenía capacidad para contrarrestar el ataque del ejército del país de Damian, ¿qué temer? No habría genocidio, ni necesidad de usar ningún refugio nuclear. ¿Acaso el cinismo de Adam le había hecho tomar una decisión precipitada? Pero él había visto a los burócratas del gobierno preocupados, minutos antes del atentado. ¿Acaso sabían que se había colocado una bomba en la capital? Y si lo sabían, ¿por qué no habían podido evitar que explotara? El presidente no había muerto, ¿cuando precipitadamente los habían expulsado de la casa del presidente, lo habían hecho para que los burócratas buscaran refugio? Posiblemente sí. Luego, el gobierno y sus funcionarios, fueron también responsables indirectos de la matanza. Esta conclusión hacía que la confianza en aquellos que lo representaban se tambaleara. Todo político que se precie de ser bueno, en un estado democrático, debe anteponer el bien común al suyo.  Pero en este planteamiento Damian había ignorado una variable importante. Un político puede ser un buen administrador e incluso puede aprobar y crear leyes justas que beneficien a la mayoría de los ciudadanos a los que representa. Pero si su supervivencia está en peligro, ¿no hará todo lo que esté en su mano para sobrevivir? Entonces si existiera la remota posibilidad de que varios, no muchos, artefactos nucleares explotaran en el país y esto amenazara sus vidas, ¿no harían todo lo posible para salvarse, aunque el resto de sus conciudadanos murieran? Todo hacía pensar que sí. Entonces, ¿qué debía hacer él? - Se preguntaba, Damian. De haber aceptado, si la cosa se torcía, él podría sobrevivir. Pero su vida, ¿valía un millón de vidas? Y después de la catástrofe, por pequeña que fuera, ¿qué sobrevivíría? ¿Merecería la pena vivir entre ruinas?

      Enfrascado en estas reflexiones estaba Damian cuando oyó una voz tonante y metálica. La voz provenía de un individuo desaliñado que subido sobre una caja de madera, pronunciaba este discurso:

       "Arrepentíos pues el fin está cerca. Ya, el Dios misericordioso, que lavó nuestros pecados con su sangre, ha abierto el libro de los siete sellos y las siete trompetas de los siete ángeles de las siete iglesias están prestas a sonar. La hora de la gran tribulación ha llegado y solo los que crean, tendrán inscritos sus nombre en el Libro de la Vida. La Bestia ha sido liberada y su palabra se dejará oír en boca de los falsos profetas, quien tenga oídos, oiga. Quien tenga ojos, vea. Ya el fuego y el azufre han destruido la gran Babilonia. Aquellos que la adoraban pronto probarán el vino de las siete copas que contienen la ira de Dios. La gran batalla de Armaggedon se acerca. En ella la Bestia y aquellos que la adoran, serán vencidos y arrojados a las llamas eternas. Arrepentíos y creed pues como la mala hierba es segada, vuestras vidas serán segadas. Solo los santos, aquellos que nunca fueron marcados con la marca de la Bestia, hallarán la vida eterna y beberán de sus aguas. Los que no mintieron, los que no fornicaron, los que no fueron homicidas y siempre alabaron a Dios y cumplieron sus mandamientos, contemplaran la nueva Jerusalén descendiendo de los cielos".

      Un grupo de curiosos rodeaba al mendigo; la mayoría se burlaba de él, otros escuchaban en silencio y juntaban las palmas de las manos para rezar. Los más fervientes besaban sus harapos como si se tratara de un profeta encarnado y otros simplemente le arrojaban todo lo que hallaban a mano. El hombre permanecía impasible ante todo esto, como si realmente estuviera poseído por el espíritu de un santo o tal vez, porque su ebriedad lo sumía en un éxtasis místico.  Damian aunque había sido educado en la fe católica, nunca creyó mucho en los textos de la biblia, ni en los sacerdotes que los leían desde el púlpito. Su mente racional había despojado de su cerebro cualquier tipo de superstición, ya fuera religiosa o de otra índole. Ahora, escuchando al mendigo, se preguntaba si alguna vez había creído realmente en Dios. Las imágenes del apocalipsis vivido en la capital, parecían traer a su memoria las palabras del Libro de las Revelaciones. Pero esta idea, ahora no le preocupaba mucho. La frase con la que Adam lo despidió, le turbaba más que todo el simbolismo del libro de San Juan. Si aquella amenaza se materializaba, entonces el apocalipsis si que habría llegado para él. Su fin, el fin de sus días, no sería tan aparatoso, ni espectacular. No habría un gran dragón con siete cabezas y diez cuernos, al final de su vida. Tal vez, solo habría un callejón estrecho y oscuro, una leve humareda proveniente del cañón de una pistola y tal vez fuego, como el que consumirá Babilonia, pero consumiéndo sus entrañas. Este temor había sido acrecentado por el discurso de aquel pobre viejo.Y ahora era más tangible y más creíble, pues desde el lugar en el que estaba, vio a dos hombres de negro apostados a ambos lados de la entrada al edificio donde vivía.
      Damian movido por el pánico, más que por un razonamiento lógico, hizo lo que el atemorizado suele hacer, ante lo que le atemoriza;  salir corriendo.









miércoles, 25 de abril de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra 5-II.

   Adam estaba trabajando en una mesa de dibujo. Mientras trazaba el plano de lo que parecía ser un búnker, daba grandes caladas a un habano. Adam era  menor que Damian, nació poco después de que el hermano mayor de ambos, se suicidara. Aunque tenía diez años menos que su hermano era el responsable de la administración y la gestión del gabinete de arquitectura que cinco años atrás, ambos habían fundado. La empresa era aún pequeña, pero ya trabajaban en ella, además de los dos hermanos, unas veinte personas entre arquitectos, delineantes y personal de administración. Aunque, la empresa era joven, las cuentas estaban saneadas y el capital inicial ya estaba amortizado. Tras este milagro empresarial no estaba tan solo el buen hacer de los dos hermanos, el abuelo, hombre con influencias en el oeste del país, les había conseguido jugosos contratos y la empresa de construcción del padre también había contribuido al éxito empresarial de Damian y Adam. Aún no eran arquitectos de prestigio, pero sus diseños empezaban a ser muy valorados entre la gente con poder e influencias. Tanto Adam como Damian habían estudiado en universidades prestigiosas y habían pertenecido a fraternidades donde habían convivido con la flor y nata de la nación. Esto les había abierto puertas que generalmente están cerradas para el común de los mortales. Damian, antes de dar su salto empresarial, había trabajado con un arquitecto prestigioso y en muchos de los proyectos firmados por este, Damian había participado. Todo esto, hacía de aquella empresa familiar, un negocio con futuro.

     Cuando Adam vio a su hermano atravesar la puerta del despacho, dejó lo que estaba haciendo y se dirigió hacía él y tras darle un abrazo efusivo, le invitó a sentarse. Luego tomó él también asiento y dirigiéndose a su hermano dijo:

      - Me alegra que estés bien, parece que en tu pequeña excursión a la capital has tenido más emociones de las que te hubiera gustado tener.
      - Sí, no esperaba ser testigo de un atentado terrorista.- Dijo Damian, un tanto consternado.
      - Dime, ¿estás bien? Pues necesito tu talento más que nunca.
      - Sí, parece que salí mejor parado que otras víctimas, quizás este un tanto consternado, es difícil superar un trauma como este. Pero creo que el trabajo, me ayudará a superarlo.- Afirmo Damian. convencido.
      - Me alegro, pues justo después del atentado habló conmigo un senador y quiere que trabajemos en un proyecto que nos reportará grandes beneficios y una buena cartera de clientes.
      - ¿De qué se trata?.- Preguntó Damian, interesado.
      - Quiere que diseñemos un búnker de tres plantas para doscientas personas.
      - ¿Un búnker? Nosotros no nos dedicamos a construir ese tipo de edificios, dime ¿no harían un mejor diseño otro tipo de empresas?
      - ¿Otro tipo de empresas?.- Preguntó Adam, alzando la voz.
      - Sí, empresas de ingeniería u otro tipo de corporaciones que tienen contratos con el ejército.
      - ¿Ingenieros, militares? No digas disparates, nosotros podemos prestar también ese servicio.-Dijo Adam, convencido.
      - Bueno, podemos diseñar los planos, ¿Se encargará tu senador de contratar la empresa que lo construirá?
      - No, quiere que nos ocupemos de todo nosotros.
      - ¡¿Estás loco?!.- Exclamó Damian perplejo.- Para construir un búnker de esas dimensiones, hace falta mucho dinero, necesitamos una tuneladora, toneladas de hormigón, una empresa de ingeniería que sea capaz de solucionar el problema que supone el filtrado del aire y el agua, que pueda además, dar una solución eficaz al problema que supone mantener un grupo tan grande de gente durante un tiempo indefinido, bajo tierra. A medida que la construcción avance surgirán nuevos problemas. ¿Dime estamos capacitados para solucionarlos?
      - Eres muy pesimista.- Replicó Adam.- Dime, ¿no construyeron las antiguas civilizaciones, edificios que aún se conservan?¿De que disponían para construirlos? No me respondas, yo te responderé, solo tenían ambición, unos rudimentarios conocimientos técnicos, herramientas primitivas y mucha mano de obra. Dime, ¿eso les detuvo? No y gracias a este tesón, hoy en día podemos disfrutar de sus visionarias creaciones. ¿Acaso nosotros somos incapaces de emularlos?
     - Los arquitectos visionarios que tu mencionas disponían de ricos mecenas.- Dijo Damian.
     - Nosotros también.- Repuso Adam.
     - ¿Un senador? No me hagas reír.- Dijo con sorna Damian.
     - No, todo el senado.
     - No es una cosa que me consuele.- Replicó Damian.- Aunque el senado tuviera el respaldo del ejecutivo, la administración no se caracteriza por ser una buena pagadora. Antes de recibir un penique, estaríamos con el agua al cuello.
     - El ejecutivo no solo apoya al senado sino que ya nos ha adelantado una fuerte suma.
     - ¡No puede ser!.- Exclamó Damian sorprendido.
     - Sí, parece que el atentado les ha hecho temer perder sus valiosas vidas y están dispuestos a esquilmar el erario público para salvar su pellejo y el de sus allegados. Este proyecto es solo la punta del iceberg. Están dispuestos a gastar mucho dinero para construir una red de refugios subterráneos donde proteger la vida de científicos, gobernadores, magnates y todo aquel que tenga algo valioso que aportar.
     - ¿Y el resto de la gente?.- Preguntó curioso Damian.
     - No les importa.- Respondió Adam con cinismo.
     - Eso es inmoral y poco ético.-Repuso Damian indignado.
     - ¿Qué nos importa a nosotros la ética o la moral? Por haber aceptado el proyecto y haber firmado la cláusula de confidencialidad, tenemos sitio en esta red de refugios, si las cosas  se ponen feas. Si no pasa nada y el primero de los búnkeres lo construimos bien, tendremos la exclusividad de todo el proyecto. Hablo de millones y millones de dólares. ¿Te das cuenta de lo que este proyecto supone para nosotros?.- Arguyó Adam, cínicamente.
      - Me doy cuenta, veo que un regimiento de politicastros, elegidos por el pueblo, quieren sobrevivir a un posible desastre apocalíptico, a costa del dinero de contribuyentes condenados de antemano a muerte, si la guerra contra el terror se tuerce. No participaré en este genocidio.
       - ¿Es tu última respuesta?.- Preguntó Adam inquisitivo.
      - Sí.- Dijo Damian levantándose y dando las espaldas a su hermano. Cuando Damian estaba a punto de cruzar la puerta del despacho, oyó a su hermano decir estas últimas palabras en tono amenazador:
       - Te he concedido la oportunidad de participar en un negocio redondo y te has negado. Al final volverás a mí suplicando por tu vida, pues hay gente que quiere que esto no se sepa, ¿me entiendes?
       - Debería saberse.- Dijo Damian cuando cruzaba el umbral de la puerta que acto seguido cerraría de un portazo.
    

















   

sábado, 21 de abril de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra 4-II

       Cuando Damian despertó, halló a su lado a un médico con aspecto afable. En el momento que este vio a su paciente despierto, le dijo: "Vaya, parece que por fin ha despertado, estoy aquí para darle buenas noticias. Después de los exámenes que le hemos realizado, hemos llegado a la conclusión de que los índices de radiación en su cuerpo no son peligrosos, no obstante le recomiendo que continue con el tratamiento prescrito durante unos días y también le recomiendo que se haga revisiones periódicas, solo me queda pues, despedirle y desearle suerte". Dicho esto, el médico dio la espalda a Damian y siguió con su ronda. Después de oír estas palabras Damian, sin caber en si de gozo, se vistió. Las ropas suyas habían sido incineradas, afortunadamente la Cruz Roja y Protección Civil habían recogido una cantidad ingente de vestimentas que habían repartido a los afectados. A Damian le habían correspondido unos pantalones vaqueros, demasiado ajustados para su gusto, una camisa de franela y unas botas gastadas y pesadas. Después de vestirse, se dirigió al barracón comedor, infinidad de desayunos estaban preparados y listos para ingerir sobre grandes mesas. Tras consumir una taza de café, dos huevos fritos y un par de tostadas, Damian abandonó el barracón comedor y se dirigió al andén donde una flota de autobuses aguardaba a los viajeros.

        Aquellos transportes habían sido cedidos por el ejército y empresas privadas para transportar a los supervivientes a ciudades cercanas. Para aquellos que no tenían donde ir y no podían continuar en el hospital, se había habilitado en una zona anexa a este, un campo de refugiados. En él había agua, luz y teléfono. Damian vivía y trabajaba en una ciudad cercana, así que optó por largarse en un autobús.

       La ciudad de Damian era pequeña, pero siempre había sido bulliciosa, su cercanía a la capital y el hecho de que la mayoría de las empresas tuvieran negocios en ella, eran las principales causas de este bullicio. Cuando nuestro protagonista puso el pie en ella; se percató al momento que aunque el ritmo frenético y alborotado de sus habitantes no se había refrenado, algo sí había cambiado. Bastaba con andar un poco entre la gente para llegar a esta conclusión. El gentío seguía siendo una masa amorfa e  indiferente; un todo convulso e indefinido; una mezcolánza de razas, sexos y modas; una azarosa colmena en la que la individualidad era parte invinculable del todo. Pero ese hormiguero siempre ruidoso, vocinglero y cacofónico, se asemejaba ahora un cortejo fúnebre que portara su propia mortaja. La masa siempre introspectiva y alienada se había transformado en un ente sonámbulo y gregario definido por la consternación y la incertidumbre compartidas a nivel individual. La tensión y el miedo parecían haber cobrado forma en los paisajes humanos y urbanos definidos por aquella pequeña ciudad. Esto hacía que la realidad cotidiana adoptara un nuevo significado que los sentidos trastocados interpretaban de manera distinta a la habitual. El ruido provocado por el tráfico, seguía siendo ruido, aunque sonaba más a marcha fúnebre que a pitidos de claxon y vibraciones de motor. Las voces, seguían siendo voces, pero ahora tenían una cadencia grave y lúgubre. Las luces de los semáforos seguían siendo rojas, amarillas y verdes, pero ahora no se distinguían del gris que parecía haber coloreado todo. Las miradas fugaces e inquietas, carecían de expresividad alguna y todo parecía más triste y opresivo.

     Damian que había sobrevivido a la explosión, sin que la radiación emitida por esta, hubiera tenido grandes consecuencias para su salud, dejó de estar alegre y mientras caminaba en dirección a su apartamento, se contagio de ese pesimismo que ya no solo se percibía, ahora se vivía. Por fin llegó al edificio de apartamentos donde vivía, lo había dejado hacía unos días, para hacer su excursión a la capital y nada había cambiado, todo estaba donde él lo había dejado. Entro en la sala de estar, la luz del contestador parpadeaba, tenía un mensaje. Damian pulsó una tecla y a los pocos segundos reconoció en la grabación la voz de su hermano: "Damian necesito verte, es urgente".          

viernes, 20 de abril de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra 3-II

     Damian cayó abatido sobre una improvisada cama. No entendía muy bien lo de guerra contra el terror, o más bien no quería entenderlo. Había nacido en el seno de una familia de patriotas o así, se consideraban los miembros de su familia. De niño había escuchado a su abuelo hablar de sus hazañas en la primera gran guerra. Su padre había participado en la segunda gran guerra y por lo menos uno de sus hermanos, había estado en alguna de las guerras posteriores a esta última gran guerra. Todos habían respondido a la llamada a las armas, imbuidos de un sentimiento de pertenencia a una gran nación, convencidos de que lucharían por algo superior a ellos mismos, algo justo, puro, brillante. Ese algo indescriptible e impreciso, los convirtió en paladines del honor patrio, en paladines de la libertad, en paladines de todo lo bueno por lo que vale la pena matar o morir en este mundo. Inspirados por estas creencias guerrearon en lugares que Damian no conocía, ni conocería. Su abuelo primero, su padre después y más tarde su hermano, regresaron. Pero cuando volvieron ya no eran los mismos. O por lo menos eso decían los que los trataron cuando partieron y regresaron. Damian, solo había sido testigo de este cambio en su hermano. Antes de que este se fuera a la guerra era un ente luminoso, inflamado de ambiciones y esperanzas, un devorador y dador de vida; siempre alegre, jovial, optimista e invulnerable a toda melancolía o tristeza. Cuando regresó esa fuerza vital se había disipado. Era un ente gris que había perdido la sonrisa. Un ser amargado, iracundo, colérico e inestable que se hundía poco a poco en un mar de alcohol y antidepresivos. La llama de la vida, la habían apagado las experiencias vividas en el frente y nunca más una chispa por grande que fuera volvería a prenderla. Su cuerpo se había convertido en una urna que albergaba las cenizas de su antiguo espíritu. Como ornamento decorativo vivió albergando solo escorias sin valor, hasta que decidió hacer de las partes, unidad; rompió la urna, se mató y todo él se convirtió en cenizas.

    Damian evocaba ahora alguno de los episodios alcohólicos de su difunto hermano. A veces, cuando el whisky soltaba la lengua de aquel, se ponía a hablar de cuerpos destrozados por las minas, de restos de compañeros esparcidos por el suelo selvático, de olores a carne quemada, de increíbles crueldades y grandes devastaciones. Ahora como antes, Damian olía esos olores, veía esos despedazamientos y contemplaba horrorizado como el azul desaparecía para siempre del mundo y todo se convertía en un universo dantesco o en un apocalíptico caos, como el que San Juan había revelado.

   A su alrededor una gran excitación cundía entre los heridos, las palabras del presidente eran vitoreadas y celebradas. Para Damian aquellas palabras eran solo el preludio del fin, eran la trompeta que daba la orden de carga a los cuatro jinetes del apocalipsis, eran la condena a muerte de cientos, miles, millones de personas que lucharían en una guerra de venganza que tendría consecuencias impredecibles, dada la naturaleza del artefacto usado por los terroristas en aquel cruel y cobarde atentado. Entonces, como si del pasado surgiera un nuevo sol que iluminara la presente y futura oscuridad, Damian volvió a sentir las sensaciones de antaño en el rancho de su abuelo. Cuando siendo un chaval, la brisa inventaba fragancias nuevas, cada día. Cuando el correr del agua de los arroyos componía melodías lastimeras y lacónicas. Cuando el sol, embriagado por la belleza de las grandes praderas, calentaba sin quemar y el azul lloraba al anochecer por el luto que le sobrevendría. Entonces todo parecía bello y eterno. El tiempo siempre implacable, no conocía entonces la severidad y misericorde no ajaba la belleza de la pradera, el bosque o el arroyo. Entonces todo era perfecto, nada era aterrador, ni sobrecogedor, todo era armonía, equilibrio y eterna promesa de juventud, alegría y prosperidad. "Todo era".- Pensó Damian por un momento. "Todo era".- Siguió pensando. "Ya nada es".- Fueron las últimas palabras que dijo, antes de dormirse.

viernes, 6 de abril de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra. 2-II

     "Interrumpimos nuestra programación habitual, para ofrecer un mensaje del gabinete de prensa del presidente:

               " Hoy nuestro gran país ha sufrido el peor atentado terrorista de su historia. Un artefacto nuclear ha explotado, a pocos metros del centro de la capital. Hasta ahora se desconoce quien o quienes han sido el autor o autores de este hecho. Inteligencia y la agencia federal de seguridad trabajan para descubrir al culpable o los culpables. Las víctimas alcanzan y superan el millón entre muertos y heridos, la capital ha sido completamente destruida, personal militar y de defensa civil buscan supervivientes en áreas colindantes a la zona cero. Se advierte a la población que no debe consumir ningún tipo de alimento proveniente del área cercana a la explosión. El servicio meteorológico hace un seguimiento exhaustivo de la nube nuclear, los servicios informativos darán boletines diarios, sobre como ésta evoluciona e indicarán de que región es peligroso consumir alimentos. A partir de hoy se declara el estado de sitio, cualquier sopechoso de terrorismo puede ser detenido e interrogado sin orden judicial y sin asistencia de abogado. Toda manifestación aunque sea pacífica y legal será disuelta por los cuerpos de seguridad del estado, se establece el toque de queda, toda persona que este en la calle a las doce  de la noche podrá ser detenida. Se establece la censura informativa. El ejército, la guardia nacional y la policía aumentaran su presencia en las principales ciudades de nuestro país, cualquier acto vandálico o atentado contra la propiedad privada, será duramente castigado. Todas estas medidas se han adoptado para garantizar la seguridad de los ciudadanos y evitar cualquier otro posible atentado".
           
               Tras unos minutos musicales, ofreceremos un mensaje del presidente a la nación".


"A todos los radio oyentes; con ustedes el presidente compareciendo ante los medios, por primera vez, desde esta mañana, tras el atentado:
"Hoy me dirijo a la nación triste y compungido. Triste, por la multitud de muertos que ha habido en la capital del estado. Compungido, por el dolor de las familias que han perdido algún familiar en este salvaje atentado, que ha sacudido el corazón de nuestro país. Pero también me dirijo a la nación con esperanza, pues si perdemos esta, los terroristas habrán ganado. Sin esperanza, caemos en brazos del desánimo y este, es la antesala de la derrota. Nos han noqueado, pero no nos han derrotado. Tal vez, estemos tumbados en la lona; tal vez, estemos aturdidos y confusos; quizás hayamos menospreciado a nuestros enemigos, pero el combate no ha terminado, pues acaba de empezar. Y yo sé que al final ganaremos. Venceremos, no porque tengamos mejores armas y más recursos, sino porque nos asiste la razón y la justicia. Nosotros no ofendimos a nuestros agresores, nosotros no iniciamos esta pelea, nosotros, no la buscamos, pero nosotros sabremos como acabarla. Nos asiste   la fe en nuestro modo de vida, en nuestras ansias de libertad, en la fortaleza de nuestro gobierno, en la voluntad de millones de personas que no se doblegaran ante el terror, porque saben que la libertad con miedo, no es libertad. El águila de nuestro escudo, repliega hoy sus alas y afila sus garras y pico, pues sabe que es hora de luchar. Es hora de librar la batalla contra la tiranía del terror, contra la cobardía de asesinos sin alma, que se amparan en ideologías y creencias falsas para masacrar impunemente, ciudades enteras. Es hoy, cuando debemos convertir nuestras lágrimas en armas, que hagan temblar a aquellos que  nos amedrentan e intimidan con sus violentos y crueles actos. Hoy, nuestra fuerza reside en las voces que esta mañana calló una bomba y estas serán el ejército que mañana vengara a los culpables de las atrocidades que nunca quisimos, ni buscamos. Lloremos hoy, pues mañana empezara la guerra contra el terror y contra aquellas naciones, que no solo apoyan el terrorismo, también lo alimentan".
Con estas palabras el presidente ha dado por concluida su comparecencia, nosotros continuamos con nuestra programación habitual".

viernes, 23 de marzo de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra. 1 - II

      Damian y otros supervivientes habían sido evacuados a un hospital de campaña levantado a varios kilómetros de la ciudad en ruinas. Tras ser examinado y descontaminado, dio un paseo por las instalaciones. En una pradera, superior en tamaño a varios campos de fútbol, se habían montado multitud de tiendas de campaña, toda una legión de médicos y enfermeras caminaban de aquí para allá asistiendo a los supervivientes, un regimiento de soldados y milicianos hacían rondas por todo el campamento, garantizando así, la seguridad del campo. Multitud de ambulancias iban y venían, en unas, se transportaban supervivientes encontrados entre las ruinas y en otras, se trasladaban a los más graves para atenderlos en los centros hospitalarios de las ciudades más próximas. También se había habilitado un aeródromo donde una escuadra de helicópteros militares y civiles, hacía constantes salidas y entradas. La mayoría eran operaciones de rescate y reconocimiento. Por la carretera, vecina a las instalaciones, había un constante trasiego de maquinaria pesada, que se dirigía a la zona afectada por la catástrofe con el fin de despejar vías de acceso a la ciudad en ruinas para así, facilitar las labores de rescate. Aquí y allá una cohorte de periodistas gráficos, reporteros, cámaras; grababan, entrevistaban y acosaban a los afectados. Había voluntarios que ayudaban en las labores de asistencia y rescate y multitud de curiosos que movidos por la preocupación entraban en una y otra tienda buscando seres queridos. En el centro de las instalaciones, varios tablones de anuncios contenían fotos de desaparecidos con teléfonos y leyendas en las que se decía, que si sabían algo de la persona de la foto, se llamara a ese número. Al norte de las instalaciones infinidad de cadáveres enfundados en fundas de lona aguardaban la última visita de familiares y deudos que los reclamaran. Lamentablemente, la mayoría eran enterrados en una gran fosa común horadada en una planicie cercana sin recibir un último adiós.

     Damian después de andar largo rato por los exteriores de aquel improvisado centro hospitalario, decidió visitar alguna de las tiendas de campaña. Allí, en varias camas improvisadas, dispuestas en columna, varios supervivientes soportaban las consecuencias derivadas de la exposición a la radiación, las llamas o los derrumbamientos. La mayoría era víctima de nauseas y mareos. Los había que sufrían quemaduras de primer, segundo o tercer grado. Algunos presentaban contusiones, rotura de huesos o amputaciones. Otros, como Damian, presentaban solo pequeñas heridas, pero todos en mayor o menor grado habían sufrido contaminación externa o interna, o ambas a la vez. A muchos se les tendría que hacer un seguimiento médico durante unos días o unos meses, a otros durante toda la vida. Los habría que sobrevivirían, los habría  que morirían en un par de días o una semana, otros en meses y muchos tras varios años y tras padecer un cáncer de tiroides, hueso u otro tipo. Para mal, aquellos que tuvieron la mala suerte de encontrarse en la ciudad, en el funesto día de la explosión, estaban marcados genéticamente durante toda su vida. Quizás ya no pudieran tener descendencia, quizás si la tuvieran, esta presentaría malformaciones o padecerían enfermedades crónicas derivadas de la funesta herencia de sus progenitores. La capital del Estado se había convertido en tan solo unos minutos en un páramo inhabitable, desde ella, ya no se redactarían leyes de obligado cumplimiento en todo el país, no se dictaría más la política económica, interior o exterior del país. Pero algo de su hegemonía mundial persistiría arriba, en lo más alto de la atmósfera, pues los residuos nucleares acumulados, se extenderían por todo el globo, hasta neutralizarse. Como regalo envenenado serían vertidos a la superficie terrestre en forma de lluvia contaminando al ganado, al  pescado, a las plantas, al agua en lugares distantes al lugar de la explosión. Pero el país no había desaparecido, el mundo aún albergaba vida. Solo quedaba saber, qué haría el ejecutivo, pero nadie sabía si el presidente o sus ministros y consejeros habían sobrevivido a la explosión. 

      En el fondo de la tienda de campaña, donde Damian se hallaba, una radio daba un boletín informativo especial:

miércoles, 21 de marzo de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra. 0-II

      Damian vagaba por una ciudad desconocida. Aquí y allá proliferaban pequeños conatos de incendio que se propagaban sin nadie que los contuviera. El cielo pardo grisáceo parecía un techo térreo bajo el cual se enterraban los podridos restos de la ciudad. Gritos estremecedores, nacían de las escombreras, en que la orgullosa capital de un estado prepotente, se había convertido. El ombligo del mundo, era ahora una gran montaña de cadáveres y humanos zombificados, que con la mirada ausente vagaban como cascarones sin alma, consternados y confusos. Todo parecía subrreal, parecía como si aquel día no hubiera nacido, como si todos y cada uno de los que deambulaban en aquel estado hipnótico estuvieran viviendo la misma pesadilla. Pero cualquier esfuerzo por despertar de un sueño tan perturbador era inútil. El idílico día había muerto asesinado por una lluvia de fuego, polvo y ceniza que había sacudido los cimientos de la cotidianeídad, para despertar a todos aquellos muertos vivientes de su sueño rutinario. Entre aquellos que vagaban como espectros los había que habían superado la consternación  inicial y se afanaban por rescatar a gente de los escombros, otros intentaban comunicarse con los servicios de emergencia, pero todos los aparatos electrónicos habían sido dañados por la radiación electromagnética. De repente de las entrañas de aquel cielo negruzco empezaron a caer gotas de agua negra, similares a sangre oscura. Pero aquello no era solo agua, pues la piel y la ropa eran quemadas al contacto con aquel acido destilado en el aire. Para protegerse de aquella nueva calamidad, Damian buscó refugio bajo los escombros. Las pocas personas que no encontraron refugio intentaban desesperadas esquivar las gotas, corrían despavoridas, emitiendo gritos de dolor que rompían el silencio y se aunaban en un coro que interpretara una pieza delirante, para un público impasible refugiado en pobres madrigueras. El lamento de los desafortunados cesó a los pocos minutos y otra vez el silencio opresivo reinó. Pero aquel veneno hiriente y corrosivo continúo fluyendo. Aquel agua empezó pronto a filtrarse por los resquicios del montón de escombros donde, nuestro amigo, se refugiaba. Damian intentaba esquivar el líquido que se filtraba. Pero como su capacidad de movimiento era muy limitada, optó por contenerlo intentando cubrir los resquicios por los que se filtraba con todo lo que tenía a mano, tierra, argamasa, piedras, metal, pero nada parecía frenar las filtraciones. La suerte otra vez sonrió a Damian y cuando la situación era más desesperada para nuestro amigo, aquél vomito negro, heraldo de muerte, dejó de caer.
      Cuando la lluvia nuclear cesó, Damian abandonó su refugio. No lejos de donde se había refugiado, Damian vio esperanzado como unas brillantes luces rojas parpadeaban. Los servicios de emergencia, habían conseguido abrirse paso hasta aquel lugar y policía, bomberos y personal sanitario se afanaban en asistir a los supervivientes. Jamás en su vida Damian volvería a experimentar las sensaciones que aquella visión le produjo. Ante él la esperanza abría la puerta a una nueva realidad. Había sobrevivido, pronto encontraría ayuda y pronto podría reinventarse, pues era como si aquellas luces fueran la primera visión de un recién nacido. Pero pronto Damian descubriría que todo aquello había sido una vana ilusión.

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