viernes, 20 de abril de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra 3-II

     Damian cayó abatido sobre una improvisada cama. No entendía muy bien lo de guerra contra el terror, o más bien no quería entenderlo. Había nacido en el seno de una familia de patriotas o así, se consideraban los miembros de su familia. De niño había escuchado a su abuelo hablar de sus hazañas en la primera gran guerra. Su padre había participado en la segunda gran guerra y por lo menos uno de sus hermanos, había estado en alguna de las guerras posteriores a esta última gran guerra. Todos habían respondido a la llamada a las armas, imbuidos de un sentimiento de pertenencia a una gran nación, convencidos de que lucharían por algo superior a ellos mismos, algo justo, puro, brillante. Ese algo indescriptible e impreciso, los convirtió en paladines del honor patrio, en paladines de la libertad, en paladines de todo lo bueno por lo que vale la pena matar o morir en este mundo. Inspirados por estas creencias guerrearon en lugares que Damian no conocía, ni conocería. Su abuelo primero, su padre después y más tarde su hermano, regresaron. Pero cuando volvieron ya no eran los mismos. O por lo menos eso decían los que los trataron cuando partieron y regresaron. Damian, solo había sido testigo de este cambio en su hermano. Antes de que este se fuera a la guerra era un ente luminoso, inflamado de ambiciones y esperanzas, un devorador y dador de vida; siempre alegre, jovial, optimista e invulnerable a toda melancolía o tristeza. Cuando regresó esa fuerza vital se había disipado. Era un ente gris que había perdido la sonrisa. Un ser amargado, iracundo, colérico e inestable que se hundía poco a poco en un mar de alcohol y antidepresivos. La llama de la vida, la habían apagado las experiencias vividas en el frente y nunca más una chispa por grande que fuera volvería a prenderla. Su cuerpo se había convertido en una urna que albergaba las cenizas de su antiguo espíritu. Como ornamento decorativo vivió albergando solo escorias sin valor, hasta que decidió hacer de las partes, unidad; rompió la urna, se mató y todo él se convirtió en cenizas.

    Damian evocaba ahora alguno de los episodios alcohólicos de su difunto hermano. A veces, cuando el whisky soltaba la lengua de aquel, se ponía a hablar de cuerpos destrozados por las minas, de restos de compañeros esparcidos por el suelo selvático, de olores a carne quemada, de increíbles crueldades y grandes devastaciones. Ahora como antes, Damian olía esos olores, veía esos despedazamientos y contemplaba horrorizado como el azul desaparecía para siempre del mundo y todo se convertía en un universo dantesco o en un apocalíptico caos, como el que San Juan había revelado.

   A su alrededor una gran excitación cundía entre los heridos, las palabras del presidente eran vitoreadas y celebradas. Para Damian aquellas palabras eran solo el preludio del fin, eran la trompeta que daba la orden de carga a los cuatro jinetes del apocalipsis, eran la condena a muerte de cientos, miles, millones de personas que lucharían en una guerra de venganza que tendría consecuencias impredecibles, dada la naturaleza del artefacto usado por los terroristas en aquel cruel y cobarde atentado. Entonces, como si del pasado surgiera un nuevo sol que iluminara la presente y futura oscuridad, Damian volvió a sentir las sensaciones de antaño en el rancho de su abuelo. Cuando siendo un chaval, la brisa inventaba fragancias nuevas, cada día. Cuando el correr del agua de los arroyos componía melodías lastimeras y lacónicas. Cuando el sol, embriagado por la belleza de las grandes praderas, calentaba sin quemar y el azul lloraba al anochecer por el luto que le sobrevendría. Entonces todo parecía bello y eterno. El tiempo siempre implacable, no conocía entonces la severidad y misericorde no ajaba la belleza de la pradera, el bosque o el arroyo. Entonces todo era perfecto, nada era aterrador, ni sobrecogedor, todo era armonía, equilibrio y eterna promesa de juventud, alegría y prosperidad. "Todo era".- Pensó Damian por un momento. "Todo era".- Siguió pensando. "Ya nada es".- Fueron las últimas palabras que dijo, antes de dormirse.

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