sábado, 21 de abril de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra 4-II

       Cuando Damian despertó, halló a su lado a un médico con aspecto afable. En el momento que este vio a su paciente despierto, le dijo: "Vaya, parece que por fin ha despertado, estoy aquí para darle buenas noticias. Después de los exámenes que le hemos realizado, hemos llegado a la conclusión de que los índices de radiación en su cuerpo no son peligrosos, no obstante le recomiendo que continue con el tratamiento prescrito durante unos días y también le recomiendo que se haga revisiones periódicas, solo me queda pues, despedirle y desearle suerte". Dicho esto, el médico dio la espalda a Damian y siguió con su ronda. Después de oír estas palabras Damian, sin caber en si de gozo, se vistió. Las ropas suyas habían sido incineradas, afortunadamente la Cruz Roja y Protección Civil habían recogido una cantidad ingente de vestimentas que habían repartido a los afectados. A Damian le habían correspondido unos pantalones vaqueros, demasiado ajustados para su gusto, una camisa de franela y unas botas gastadas y pesadas. Después de vestirse, se dirigió al barracón comedor, infinidad de desayunos estaban preparados y listos para ingerir sobre grandes mesas. Tras consumir una taza de café, dos huevos fritos y un par de tostadas, Damian abandonó el barracón comedor y se dirigió al andén donde una flota de autobuses aguardaba a los viajeros.

        Aquellos transportes habían sido cedidos por el ejército y empresas privadas para transportar a los supervivientes a ciudades cercanas. Para aquellos que no tenían donde ir y no podían continuar en el hospital, se había habilitado en una zona anexa a este, un campo de refugiados. En él había agua, luz y teléfono. Damian vivía y trabajaba en una ciudad cercana, así que optó por largarse en un autobús.

       La ciudad de Damian era pequeña, pero siempre había sido bulliciosa, su cercanía a la capital y el hecho de que la mayoría de las empresas tuvieran negocios en ella, eran las principales causas de este bullicio. Cuando nuestro protagonista puso el pie en ella; se percató al momento que aunque el ritmo frenético y alborotado de sus habitantes no se había refrenado, algo sí había cambiado. Bastaba con andar un poco entre la gente para llegar a esta conclusión. El gentío seguía siendo una masa amorfa e  indiferente; un todo convulso e indefinido; una mezcolánza de razas, sexos y modas; una azarosa colmena en la que la individualidad era parte invinculable del todo. Pero ese hormiguero siempre ruidoso, vocinglero y cacofónico, se asemejaba ahora un cortejo fúnebre que portara su propia mortaja. La masa siempre introspectiva y alienada se había transformado en un ente sonámbulo y gregario definido por la consternación y la incertidumbre compartidas a nivel individual. La tensión y el miedo parecían haber cobrado forma en los paisajes humanos y urbanos definidos por aquella pequeña ciudad. Esto hacía que la realidad cotidiana adoptara un nuevo significado que los sentidos trastocados interpretaban de manera distinta a la habitual. El ruido provocado por el tráfico, seguía siendo ruido, aunque sonaba más a marcha fúnebre que a pitidos de claxon y vibraciones de motor. Las voces, seguían siendo voces, pero ahora tenían una cadencia grave y lúgubre. Las luces de los semáforos seguían siendo rojas, amarillas y verdes, pero ahora no se distinguían del gris que parecía haber coloreado todo. Las miradas fugaces e inquietas, carecían de expresividad alguna y todo parecía más triste y opresivo.

     Damian que había sobrevivido a la explosión, sin que la radiación emitida por esta, hubiera tenido grandes consecuencias para su salud, dejó de estar alegre y mientras caminaba en dirección a su apartamento, se contagio de ese pesimismo que ya no solo se percibía, ahora se vivía. Por fin llegó al edificio de apartamentos donde vivía, lo había dejado hacía unos días, para hacer su excursión a la capital y nada había cambiado, todo estaba donde él lo había dejado. Entro en la sala de estar, la luz del contestador parpadeaba, tenía un mensaje. Damian pulsó una tecla y a los pocos segundos reconoció en la grabación la voz de su hermano: "Damian necesito verte, es urgente".          

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