martes, 13 de marzo de 2012

CAPITULO I. SUCEDERÁ I -2

    Damian abandonó al grupo en el rellano del hotel. Ansioso por saber lo que estaba pasando, se dirigió al bar. La barra, de unos tres metros de longitud, apenas soportaba vasos, copas o brazos. Solo tres clientes se repartían, toda la extensión de la barra. Al fondo un camarero, con un gracioso chaleco rojo y camisa blanca y mugrosa, limpiaba con un paño húmedo un vaso de cristal rallado. Sobre su cabeza, la pantalla del televisor parpadeaba, intentando con estos guiños, atraer la atención de la escasa clientela del local. Damian se acercó a la barra y llamó al camarero, este, enfrascado en su hipnótica labor tardó unos minutos en atender a Damian. - Póngame un whisky doble.- Dijo Damian con brusquedad. - Tome.- Le replicó, sirviéndole el barman con no menos brusquedad. - ¿Puede poner las noticias? - Preguntó Damian suavizando el tono de la voz. - Como usted desee.- Respondió el camarero, afinando su ironía.

    Tras un leve parpadeo, el televisor mostró, la forzada sonrisa de una rubia de bote que jugaba a esconder, tras un generoso escote, las turgencias moldeadas por sus prótesis. Comentaba las mismas noticias de siempre, que si había habido un accidente en tal  punto de tal carretera, que los índices bursátiles habían bajado tal porcentaje, que tal anciana había desbaratado los malévolos planes de un atracador negro o hispano a sombrillazos. No eran noticias alarmantes. La turbación experimentada por Damian en el autobús, desapareció una vez acabado el noticiario.

     Cuando Damian se disponía a alzar las posaderas del taburete que las había sostenido durante algo más de una hora, algo similar a una onda de choque destrozo los cristales de las ventanas, que convertidos en millones de pequeños proyectiles hicieron blanco en todo aquello que se interpuso entre ellos y su trayectoria. Entonces Damian, que había sido alcanzado por alguno de los fragmentos de cristal, se sintió  golpeado por algo parecido a un  puño invisible y el puñetazo fue  tan fuerte, que el cuerpo de Damian se elevó por encima de la barra y vino a estrellarse contra el cuerpo del barman. Los gruesos pilares sobre los que descansaba parte del peso de todo el edificio, recibieron tal sacudida que muchas vigas cedieron, haciendo que  parte del techo y del edificio se desprendiera sobre el bar. Multitud de escombros dejaron a Damian atrapado en un pequeño hueco tras la barra, a su lado, el grosero camarero tenía la cabeza aplastada bajo un grueso bloque de hormigón. El polvo cegaba a Damian. Las diminutas partículas de arena en suspensión se filtraban a través de sus orificios nasales, allí se mezclaban con la mucosa y el vello fabricando una pastosa capa que adherida a la nariz obstaculizaba el correcto fluir del aire. El esfuerzo por desasirse de los escombros que le aprisionaban, exigía un mayor rendimiento del sistema respiratorio de Damian, lo cual contribuía a obstruir más sus vías respiratorias. La mente de Damian, en un estado de agitación nerviosa, arengaba a músculos y huesos en la batalla de la carne contra la piedra. En esta singular lucha, la asfixia estaba a punto de vencer a la tenacidad de nuestro protagonista, cuando en un último esfuerzo titánico, los dos brazos de Damian  se convirtieron en sendas prensas hidráulicas que lograron levantar el enorme peso que presionaba sus costillas. Viéndose libre de la losa que iba a sellar su tumba, Damian, magullado y dolorido, se abrió paso entre los escombros hasta alcanzar lo que antes había sido una populosa avenida.

     El paisaje era desolador, a uno y otro lado la mayoría de los grandes edificios que minutos antes se alzaban soberbios, desafiando la gravedad y la presión, eran ahora como árboles resquebrajados sobre sus ejes. Algunos parecían bocas desdentadas y abiertas que mostraban restos de mobiliario
suspenso en el vacío gracias a una fina capa de suelo. Lo único que indicaba que antes hubo una avenida transitable eran los múltiples  coches aplastados por escombros donde el metal, la madera, el vidrio y la arena se mezclaban en un todo confuso y caótico.  En algunos edificios las llamas consumían el esqueleto.  Aquí y allá, arena ambulante moldeaba formas de hombres,  que ebrias y vacilantes vagaban como espectros terrosos sobre los escombros. Lejos de allí, en el cielo iluminado por lenguas de fuego, perladas de  rojo  y ámbar, se dibujaba un hongo gigante que poco después se desvaneció como si se tratara de un espejismo en el desierto celeste. - Tenía que suceder.- Dijo Damian resignado.

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