viernes, 9 de marzo de 2012

CAPITULO I. SUCEDERÁ I - 0

           Damian, por fin, había conseguido realizar su sueño. Estaba allí en la casa del presidente del gobierno, el lugar donde antes, otros presidentes habían vivido. El sitio desde donde se dirigía el país más poderoso del mundo, allí donde se habían firmado la declaración de los Derechos Humanos o la Constitución. Todas las salas abiertas al público estaban impregnadas de esa majestuosidad histórica, que solo algunos edificios reflejan en su arquitectura. Podría decirse que en la construcción de aquel edificio se busco siempre la elegancia discreta, la moderación en la ornamentación, como si de antemano se hubiera rechazado el fausto y la pompa. Allí, el ciudadano de la calle podía sentirse como en casa, pues no había lujos excesivos que los intimidaran. El espacio estaba repartido democráticamente, sin conceder preferencia a una u otra estancia. Todo allí estaba dimensionado siguiendo criterios de igualdad. Estancias con la misma altura, la misma superficie, el mismo acabado. Todo ordenado de manera lógica, persiguiendo siempre, la belleza armónica, el ideal apolíneo de la proporción. Pero aunque la construcción obedecía a criterios igualitarios, había también una concepción jerárquica del espacio, pues los despachos y dependencias, dedicadas a ser usadas para tratar asuntos de Estado, estaban separadas de las comunes, por un largo pasillo plagado por gente con trajes negros y personal del ejército.

           La antesala que separaba  las dependencias domésticas de las oficiales era el último punto que se visitaba. Sus paredes estaban adornadas con  cuadros de  presidentes. Aquí el guía siempre se extendía en sus explicaciones. Hablaba de tal presidente y tal célebre anécdota de su mandato, hablaba del pintor que pintó el cuadro, del estilo del mismo y aunque tales explicaciones en un primer momento captaran la atención del público, pronto dejaban de ser interesantes y los miembros del grupo empezaban a bostezar o centrar su atención en aquel pasillo, que separaba el ámbito privado del público.

        Damian, desde que había entrado en aquella antesala, no dejó de prestar atención a aquel pasillo y lo que en él sucedía. Habían pasado diez minutos, desde que el grupo había entrado en esta estancia, el guía estaba hablando del vigésimo tercer presidente y las miradas perdidas de los individuos que formaban el grupo ya habían empezado a seguir con los ojos el aleteo de alguna mosca, o el laborioso tejer de una araña. Es un decir, pues no había moscas, ni arañas, pero el tedio se adueñaba poco a poco de los visitantes . Mientras esto sucedía Damian había visto desfilar por aquella sala a todo el estado mayor, al vicepresidente y al ministro de defensa. Extrañado intentó captar algún comentario de los que continuamente entraban a los despachos oficiales, mientras fingía mirar los cuadros de los presidentes que estaban colgados a ambos extremos de la entrada del pasillo que plagaban los hombres de negro, pero no consiguió oír nada que lo alarmara. Todos entraban hablando de cosas triviales, pero algo en el modo de andar, en la expresión de los rostros, en el lenguaje verbal o físico delataba tensión, preocupación, parecía que algo enrarecía el ambiente en los despachos oficiales, y que aquella rarefacción se transmitía a los funcionarios que allí trabajaban convirtiéndolos en puro nervio ambulante, disfrazado de tranquilidad tensa.

         Antes de que se diera por terminada la visita, un individuo vestido con elegante traje de seda salió de las dependencias oficiales con paso presuroso. Cuando llegó a la antesala refrenó su paso y buscó al guía. Lo aparto del resto del grupo y le dijo unas palabras al oído, hecho esto dio la espalda al grupo y al guía y con el mismo paso que instantes antes había abandonado las dependencias oficiales abandonó la antesala. El guía reunió al grupo disperso por aquella estancia y con palabras amables dio por concluida la visita. Instantes después todo el grupo era escoltado a las puertas de la mansión del presidente por una escolta de hombres de negro.

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