miércoles, 21 de marzo de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra. 0-II

      Damian vagaba por una ciudad desconocida. Aquí y allá proliferaban pequeños conatos de incendio que se propagaban sin nadie que los contuviera. El cielo pardo grisáceo parecía un techo térreo bajo el cual se enterraban los podridos restos de la ciudad. Gritos estremecedores, nacían de las escombreras, en que la orgullosa capital de un estado prepotente, se había convertido. El ombligo del mundo, era ahora una gran montaña de cadáveres y humanos zombificados, que con la mirada ausente vagaban como cascarones sin alma, consternados y confusos. Todo parecía subrreal, parecía como si aquel día no hubiera nacido, como si todos y cada uno de los que deambulaban en aquel estado hipnótico estuvieran viviendo la misma pesadilla. Pero cualquier esfuerzo por despertar de un sueño tan perturbador era inútil. El idílico día había muerto asesinado por una lluvia de fuego, polvo y ceniza que había sacudido los cimientos de la cotidianeídad, para despertar a todos aquellos muertos vivientes de su sueño rutinario. Entre aquellos que vagaban como espectros los había que habían superado la consternación  inicial y se afanaban por rescatar a gente de los escombros, otros intentaban comunicarse con los servicios de emergencia, pero todos los aparatos electrónicos habían sido dañados por la radiación electromagnética. De repente de las entrañas de aquel cielo negruzco empezaron a caer gotas de agua negra, similares a sangre oscura. Pero aquello no era solo agua, pues la piel y la ropa eran quemadas al contacto con aquel acido destilado en el aire. Para protegerse de aquella nueva calamidad, Damian buscó refugio bajo los escombros. Las pocas personas que no encontraron refugio intentaban desesperadas esquivar las gotas, corrían despavoridas, emitiendo gritos de dolor que rompían el silencio y se aunaban en un coro que interpretara una pieza delirante, para un público impasible refugiado en pobres madrigueras. El lamento de los desafortunados cesó a los pocos minutos y otra vez el silencio opresivo reinó. Pero aquel veneno hiriente y corrosivo continúo fluyendo. Aquel agua empezó pronto a filtrarse por los resquicios del montón de escombros donde, nuestro amigo, se refugiaba. Damian intentaba esquivar el líquido que se filtraba. Pero como su capacidad de movimiento era muy limitada, optó por contenerlo intentando cubrir los resquicios por los que se filtraba con todo lo que tenía a mano, tierra, argamasa, piedras, metal, pero nada parecía frenar las filtraciones. La suerte otra vez sonrió a Damian y cuando la situación era más desesperada para nuestro amigo, aquél vomito negro, heraldo de muerte, dejó de caer.
      Cuando la lluvia nuclear cesó, Damian abandonó su refugio. No lejos de donde se había refugiado, Damian vio esperanzado como unas brillantes luces rojas parpadeaban. Los servicios de emergencia, habían conseguido abrirse paso hasta aquel lugar y policía, bomberos y personal sanitario se afanaban en asistir a los supervivientes. Jamás en su vida Damian volvería a experimentar las sensaciones que aquella visión le produjo. Ante él la esperanza abría la puerta a una nueva realidad. Había sobrevivido, pronto encontraría ayuda y pronto podría reinventarse, pues era como si aquellas luces fueran la primera visión de un recién nacido. Pero pronto Damian descubriría que todo aquello había sido una vana ilusión.

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