martes, 26 de febrero de 2013

CAPÍTULO IV. Política profética 0-IV

         Damian empezó abrir los ojos con dificultad, una molesta luz blanquecina incidía sobre ellos y estos, intentaban acostumbrarse poco a poco a aquella. Parpadeó mucho tiempo antes de que el sentido de la vista se acomodara a la nueva situación. Una vez que sus pupilas fueron capaces de captar la información que le llegaba del exterior, lo primero que vio, fue un gran mural. La pared opuesta al lugar donde él estaba estaba adornada por un gran fresco naturalista que la cubría en toda su anchura y altura. De él parecía brotar un río de agua limpia y cristalina, cercado de árboles anidados por todo tipo de aves con plumajes de exuberante colorido; tal era el realismo de la escena. Por encima de él una batería de focos empotrados en una pared de hormigón vomitaban pequeños e intermitentes haces de luz preñando la habitación de sombras aserradas por triángulos luminosos. A ambos lados de su cama, Damian vio otras camas similares a la suya, vestidas de ásperas sábanas blancas, en las cuales se reflejaba el frío y metálico brillo, propio, del mobiliario hospitalario. Damian estaba enganchado a un  par de bolsas que le aportaban una solución salina. Nuestro amigo, aún aturdido y desorientado se maravilló con el primer examen del lugar. Su último recuerdo era el beso helado del agua en las profundidades de la tierra, aquello parecía una sala de hospital, ¿quién le rescató? ¿Qué hacía allí? Y lo más importante de todo, ¿cómo le habían llevado hasta allí? El rancho era un lugar solitario rodeado por acres y acres de prados, bosques, promontorios montañosos y colinas horadadas por redes subterráneas de galerías que nunca habían sido exploradas. Sí, había buenas comunicaciones entre el rancho y las zonas urbanas más próximas, los dueños se habían encargado de crear una buena red viaria que facilitara el transporte de ganado, pero aún así el mundo subterráneo en el que Damian había buscado refugio era el mayor misterio de aquella propiedad. Legiones de espeleólogos habían visitado aquel enjambre de grutas y galerías pero éstos no habían conseguido hacer planos exhaustivos sobre el mismo. Muchas de estas galerías estaban sin cartografiar, algunas ya no existían o el agua había creado otras nuevas. Mucha gente se había perdido en aquella telúrica madriguera, pocos se atrevían a visitarla y demasiados eran los que pensaban que aquel inframundo era hormiguero de demonios o termitero de aparecidos. Por ello estas cavernas nunca eran visitadas y aquel que se adentraba en ellas solo, tenía pocas posibilidades de sobrevivir si no las conocía bien, aunque esto era prácticamente imposible, dada la extensión de las mismas.

        Poco después de abrir los ojos, los aserrados reflejos de los focos fueron recortados por una larga sombra que se asemejaba a un cuerpo humano. Damian, que en ese momento contemplaba las curiosas formas que se dibujaban en el suelo por el efecto de la luz y la sombra, alzó la vista para descubrir que era lo que provocaba aquel nuevo fenómeno. Al momento descubrió el origen. La pálida luz de la estancia se proyectaba sobre un hombre alto de pelo cano y cara redonda y arrugada, al encontrarlo ésta se desviaba creando varios clones oscuros del cuerpo de aquel, sobre el suelo y la pared, éstos a su vez, se movían, alargaban o encogían al mismo ritmo al que el hombre se desplazaba.

         La abertura de la bata que el extraño portaba dejaba ver una camisa de un tejido teñido de cuadros rojos y blancos con dos  bolsillos bordados. De uno sobresalía la capucha de un bolígrafo y el entramado de alambre de un pequeño blog de notas, del otro pendía con peligro de caer un fonendoscopio. La imagen, en un principio, difusa del presunto médico se hacía más tenue para Damian a medida que aquel hombre se le acercaba, cuando estuvo a su lado Damian reconoció en aquellas facciones asurcadas por prominentes arrugas a uno de los viejos amigos de su padre.
        -¿Senador? ¿Es usted? ¿Qué hace aquí? Nunca sospeché que usted fuera médico. ¿Me puede decir qué hago aquí, como me encontraron, dónde estoy? Responda, por favor.- Dijo Damian sin ocultar su asombro.

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