viernes, 4 de mayo de 2012

CAPITULO II. Estamos en guerra. 7-II

        Damian corrió, como nunca antes lo había hecho y en su carrera se convirtió en un nuevo Atila, azote de viandantes, los cuales, si tenían la mala suerte de cruzarse en su camino, acababan tumbados en el suelo, con las plantas de los pies echando raíces en el aire. En su loca y desbocada carrera Damian, como un nuevo Jano al que hubieran arrancado tres de sus caras, solo prestaba atención a aquello que tenía en frente e ignoraba lo que se hallaba atrás y a los lados. Aquellos que contemplaban el curioso espectáculo, quedaban estupefactos. Los había que echaban sus manos a la cabeza, asombrados. Uno que fue superado por aquel particular atleta, empezó a atornillarse la sien derecha con el dedo índice de la mano homónima. Otro en una esquina se persignaba, creyendo ver al mismo demonio en Damian y  el resto sin saber muy bien que hacer, se dedicaba a escrutar todo lo que le rodeaba, intentando hallar posibles cámaras. Damian, en su loca estampida, no seguía una dirección predeterminada, ni tampoco sabía a dónde quería ir; era como un topo ciego recorriendo galerías que no estaban bajo tierra. Las calles, distintas e iguales, eran para nuestro protagonista recovecos de una madriguera desconocida, estos daban vueltas y revueltas en ella y aquel que intentaba salir de la misma, siempre acababa en el mismo lugar. Cuando exhausto, nuestro protagonista puso fin a su carrera, descubrió que se hallaba a varias manzanas de su casa. A su alrededor se extendía pardusco, un parque sobre el que bostezaban los últimos rayos del sol, anunciando el fin del día.

        Segundos después de refrenar su ímpetu maratoniano, Damian empezó a mover inquietamente su cabeza, buscaba a aquellos hombres de negro que había visto a las puertas de su edificio. No había nadie; aquel parque parecía un desierto donde la trémula luz de las farolas, empezaba a robar a la oscuridad reinante, franjas de influencia. Una risa nerviosa se adueño de Damian que ya empezaba a sentir punzadas en el estómago. Lentamente, nuestro amigo se dirigió a un banco cercano. Cuando llegó a la altura de éste, se sentó en él y resoplando como una vieja yegua prosiguió con su examen del lugar.  Todo aquel parque parecía un oscuro agujero, donde apenas se distinguían las formas y los colores. Una ligera brisa mecía las hojas de los viejos árboles. Las ramas de éstos crepitaban con las suaves embestidas del viento. En este silencio quebrado por el crujir de ramas y el susurro de las hojas, Damian empezó a sentir un frío sobrecogimiento. El efecto del sudor helado, era potenciado por el gélido abrazo de la brisa y ambos al unísono causaban escalofríos en Damian. La noche y el silencio también contribuían a ello. Nuestro amigo estaba solo, entre sombras, dudas y miedos, todo a su alrededor estaba muerto o muy lejos. Él, como un sombrío anacoreta existía en un todo vacío y mudo. El único recuerdo del hombre eran aquellas farolas y su pobre luz. Damian estaba solo, pero esa soledad, no se parecía a la soledad que siempre le había acompañado. La soledad que le embargaba en aquel parque, parecía tener forma, volumen, era como un espeso cuerpo que poco a poco lo cubriera y lo abrazara, presionando costillas y huesos. Aquella presión aplastaba a Damian y a cada segundo, aquel abrazo invisible y tangible a la vez, era más opresivo, más violento. Damian intentaba zafarse de aquellos brazos que lo asían a una nada, vacía de todo calor humano; una nada preñada de colores sin vida, de formas sin movimientos, de volúmenes sin cuerpo. Diáfanas, las irisadas sombras de la noche penetraban en el alma de Damian, convirtiéndola en una sombría mezcla donde la nada y el todo jugaban a ser duda y certeza, miedo y valor, eternidad y caducidad. Y como tesis de tanta antítesis, surgían aquellos hombres de negro y la disimulada amenaza de Adam. Luego, la tierra se abría convulsa y vomitando fuego y azufre consumía a aquellos hombres, a Adam y todo se convertía en un parque sombrío, desde donde Damian contemplaba como las heridas de la tierra se cerraban, tras supurar una oscura soledad.

      ¿Pero qué hacía él allí, verdaderamente se había convertido en un enemigo público? ¿Acaso las ultimas experiencias lo habían convertido en un paranoico obsesivo? ¿El mundo que percibía, el aire que respiraba, el flato del que ahora se quejaba existían en el sueño de un loco o en la fantasía de un cuerdo? Damian parecía haber perdido el contacto con la realidad, parecía flotar en la tempestad de la pesadilla, parecía ser un ente irreal en un mundo imaginario. ¿Quiénes eran los hombres de negro, lo estaban buscando, corría algún peligro? Son solo imaginaciones mías, nadie me quiere muerto, debo volver a casa, tengo que saber que esos hombres no están allí esperándome, volveré, no tengo nada que temer.     

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