viernes, 18 de mayo de 2012

CAPITULO III.- Tribulaciones.III-0

        El hombre de la pipa, pronto dio la espalda a Damian y a sus acompañantes.
- Y bien Damian, ¿te apetece almorzar?- Preguntó Adam.
- Sí.- Respondió Damian, dejando de mirar al hombre de la pipa.
- ¡Estupendo!- Exclamó Adam.- ¿Tendrá la bondad de acompañarnos, señor abogado?- Preguntó Adam al hombre del traje beis.
- Sería un placer acompañaros, pero aún tengo muchas cosas que hacer.- Respondió el abogado.- Adiós Damian.- Dijo el hombre de beis.- Ha sido un placer prestarle mis servicios.- Añadió, estrechando la mano de Damian.- Adiós, señor Adam. Cuando quiera estoy a su disposición.- Agregó, estrechando la mano de Adam.
- Hasta la vista.- Dijeron los dos hermanos al unísono, despidiéndose del abogado.
- Ven, acompáñame Damian. Cerca de aquí hay un restaurante italiano, donde hacen una pasta excelente.- Dijo Adam dirigiéndose a su hermano.
- Será un placer.
- ¿Qué piensas hacer, hermano?
- Pienso comerme unos buenos espagetis a la parmesana.
- No, me refiero a trabajar conmigo en el proyecto del gobierno.- Dijo Adam.
- ¿Ah, eso? No lo se, la última conversación que mantuvimos al respecto, me dejó un tanto traspuesto.
- ¿Y...?
- Nada, aún no he decidido nada, al respecto.- Dijo Damian.
- ¿Por qué? Es un gran negocio.
- Sí, es un gran negocio, pero están esos hombres del servicio secreto.
- ¿Qué hombres, qué servicio secreto?- Preguntó Adam sorprendido.
- Resulta, que cuando salí de tu despacho y tu me despediste con aquella amenaza, el pánico se apoderó de mí. Corrí hasta llegar a las puertas del edificio donde vivo, en la puerta había apostados dos hombres vestidos de negro, que parecían vigilar o esperar a alguien. Fue entonces cuando recordé tus palabras y pensé que tenía razones para preocuparme por mi vida.
- No sigas.- Interrumpió Adam- Entonces huiste y acabaste en una celda.
- Sí, así fue.
Adam esbozó una sonrisa.- Lo siento, Damian, la culpa es mía. Cuando te dije que había gente a la que no le gustaría que el proyecto se hiciera público, lo que intentaba era asustarte, para así intentar convencerte de que trabajaras en él conmigo. Lo siento, no sabía que fueras a tomarte aquella inocente advertencia tan en serio.
- ¿Entonces los hombres de negro?
- No sé quienes eran. Lo único que se es que aunque te niegues a participar en el proyecto no te pasará nada, olvídate de todo eso. Contra ti o tu persona no hay ninguna conspiración gubernamental.
- Es un alivio.- Dijo Damian suspirando.- Pero creo que voy a retirarme al campo, es lo que ahora necesito. Sabes, creo que no he superado el shok del atentado y pienso que una temporada en el rancho del abuelo, me vendrá bien.
- La decisión es tuya, si es lo que quieres, hazlo.- Dijo Adam.- Pero si una vez que estés allí, quieres volver, tu puesto en el gabinete te estará esperando.
- Gracias Adam.
      
       Cuando Damian estaba terminando de decir aquellas palabras, los dos hermanos estaban a las puertas de un local de unos cien metros cuadrados. Se encontraba ubicado en la esquina de dos calles. Grandes ventanales definían las caras sur y este del local. A través de los cristales se podía ver un gran surtido de dulces y postres italianos en sus respectivas vitrinas. Cortinas estampadas con cuadros rojos y blancos se arqueaban en el interior del local, sombreando las vitrinas. En un luminoso cartel encima de la puerta de acceso, el neón se encendía y apagaba a intervalos regulares, resaltando así el emblema y el nombre del local. Los dos hermanos entraron.   

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